vie. Abr 19th, 2024

Óscar Tamez Rodríguez

En la pasada columna de “Política e Historia” llamada Reforma electoral: Cómo legitimar una elección”, escribí que históricamente, nuestro país practica la política de consensos, acuerdos y mediaciones.

Alejada de la política radicalizada hacia donde nos quieren llevar algunos actores, es a los consensos y la inclusión.

En Morena apuestan al “toma todo”. Para el partido en el poder no existen los puntos medios: los buenos están con la visión del gobernante en el poder federal y los malos difieren de esa visión, una radicalización extrema.

Frente a ellos está la alianza que ve su oposición a partir de evaluar como mala, toda decisión surgida desde el oficialismo; también es una radicalización extrema que divide al país.

Escribí que desde el surgimiento del sistema político entre 1820 y 1826, la nación se movió en radicalismos quienes fracasaron frente a los centros políticos conciliadores; sobre este particular nos pidió una lectora abundar, aquí el aporte de corte histórico.

En 1820 España tiene un golpe de Estado el cual concluye cuando el rey Fernando VII jura la Constitución de Cádiz aprobada por los librepensadores entre 1808 y 1814 cuando él junto a su padre, caen presos de Napoleón Bonaparte.

Al jurar la Pepa, la monarquía se transformaba de una absolutista a una constitucional, con lo cual en los territorios coloniales tendría implicaciones, esto dio pie a la contrarrevolución emprendida desde la conspiración del La Profesa en la cual participaron políticos, gobernantes, líderes religiosos y mandos militares; el operativo fue Agustín de Iturbide.

La traición de Iturbide a los conspiradores y a los insurgentes quienes le confiaron el plan de Iguala, termina por unificarlos, monarquistas y demócratas se unen por tener un enemigo en común y al no estar España como potencial enemiga, logran concretar la formación de la república federalista emanada de la Constitución de 1824.

La fusión entre desiguales terminó con la caída del emperador, esto abrió la puerta a las disputas radicales por la forma de gobierno que habría de asumir el país: monarquía o democracia.

Entre 1821 y 1825 los radicalismos llevaron a las disputas y de ahí a las armas. Así, yorkinos vs. escoceses, que luego pasan a ser liberales vs. conservadores, se enfrentan en un combate político intestino.

La sociedad que esperaba una nación conciliada, no se hizo esperar, los menos radicales pugnaron por una tercera vía: las logias del rito nacional mexicano que más tarde se conocerían como los moderados, reconocían cosas positivas en los yorkinos tanto como en los escoceses.

Años más tarde, luego de la revolución mexicana, el éxito del PRI como partido hegemónico derivó en mucho de sus vaivenes ideológico-políticos, lo mismo conciliaba con la izquierda socialista del siglo XX como con la derecha tradicionalista.

En el siglo XXI vuelve a repetirse la historia. México está enfrascado en un combate entre los políticos, por un lado, los radicales de izquierda socialista y por el otro los radicales de la derecha liberalista.

Si Morena y la alianza PAN, PRI, PRD representan los opuestos radicales, es tiempo de pensar en una tercera vía que pueda conciliar, rescatar lo mejor de ambos extremos en un centro democrático, sea en la socialdemocracia o en el centro derecha.

Quizá sea esto lo que explique el crecimiento de fuerzas políticas como MC quien se coloca en el centro del debate político-ideológico, alejado de los radicalismos estériles y cercano a las propuestas donde transita la democracia.

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