jue. Mar 28th, 2024


Teresa Sepúlveda
Cuando un migrante decide salir de su país, generalmente vende todo lo que tiene y se lanza a la aventura, pensando en alcanzar un sueño, que generalmente consiste en conseguir un empleo que les permita mejorar su calidad de vida.
Los migrantes suelen pasar por múltiples sacrificios. Caminan muchos kilómetros, piden dinero en las calles, pasan hambre, duermen bajo los puentes, lloran en secreto y muchas veces desisten en el intento.
Me duele la tragedia que cobró la vida de 39 en el interior de las instalaciones del Instituto Nacional de Migración (INM) en Ciudad Juárez, en el Chihuahua, y también me duele pensar en el sufrimiento de quienes perdieron a un hermano, un amigo, un esposo, un hijo.
No puedo dejar de pensar en las últimas horas que vivieron los migrantes que murieron calcinados por el fuego; sin que nadie les abriera la reja de la celda donde eran custodiadas por autoridades migratorias.
Hay imágenes deleznables que circulan en internet, donde se observa gente caminando frente a ellos mientras en una esquina atizaba el fuego; y en la otra un hombre pateaba la reja intentando abrirla.
En las imágenes también se observa a un guardia salir de una nube espesa de humo que surgía de las llamas que crecían aceleradamente, ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué se siguió de largo? ¿Quién tenía las llaves? Tengo tantas preguntas.
Mi solidaridad es también para los 28 heridos que se encontraban encerrados, cual si fueran prisioneros de un grave delito. Nunca sabes a donde te puede llevar la falta de oportunidades y el deseo de querer salir adelante.
El plan de Estados Unidos dado a conocer en enero y que México aceptó nunca fue una buena idea. “Admitir a 30 mil migrantes al mes de Venezuela, Cuba, Nicaragua y Haití, una vez que fueran expulsados de territorio estadounidense por cruzar la frontera de forma irregular”. No contamos con los espacios adecuados para recibirlos y menos con los recursos para mantenerlos en condiciones dignas.
La promesa de obsequiar 30 mil permisos humanitarios mensuales a migrantes de estos países, que cumplieran con los requisitos legales y formales, de alguna forma incentivo la llegada de más migrantes; pues siempre está la esperanza de poder ser incluidos o bien solicitar algún otro recurso, como el asilo político.
Lamentablemente este problema se agudizó cuando comenzaron a realizarse caravanas de indocumentados con familias completas recorriendo el país; pues estaba la consigna del presidente Andrés Manuel López Obrador de “absoluto respeto” hacia las personas en tránsito que ingresan a territorio mexicano. Y cuando quisieron poner orden, ya el problema había escalado.
Tal parece que el enfoque de “una migración ordenada, segura, regular y humana en la región” al que se comprometieron México y Estados Unidos, es una de las tantas promesas que tienen empedrado el camino del infierno.
Ayer conocí la historia de un joven de Colombia, que trabaja en una maderería. Me contó que el día de pago lo detuvo una patrulla y le quitó absolutamente todo y le dijeron, quien te manda a venir sin papeles.
Hace unos meses mi esposo Raúl conoció la historia de una familia que no tenía dinero ni para comer en Haití, y terminaron por vender a la hija menor a un proxeneta para salir de ese lugar el padre, la madre y la hermana.
En diciembre conocí a un hombre afuera de una tienda de comida, que se encontraba entumido por el frío. Su aspecto era ya el de un indigente, tenía incluso pelos creciendo entre las uñas de las manos. No tenía calcetines y su cabello largo asemejaba una bola de algodón. Me dijo que era de Nicaragua y me pidió que le comprara una comida y un café. Solo le compré la comida, pues en ese momento no me alcanzaba para su café y me sentí tan mal.
Medio año antes, mi hermana Esthela, me contó de un joven que pasó por la casa de mi madre tosiendo y arrojando escupitajos que daban cuenta del mal estado de salud en que se encontraba; entonces me contó que se acercó a él y le preguntó si tenía hambre y este le respondió que sí. Le regaló un plato desechable con suficiente alimento para ese día.
Esthela me dijo que le había contado que vivía bajo un puente ubicado en la Avenida Morones Prieto y entonces fuimos a buscarlo para ver si podíamos llevarlo a consultar un médico. Lo encontramos entre colchas, pero afortunadamente ya mejor de salud. Unos jóvenes de una iglesia lo habían auxiliado.
Estas tragedias que se replican en todo el mundo me hacen pensar que muy independientemente de que se migre por buscar asilo político, humanitario, por razones económicas, por la búsqueda de una mejor educación, por reencontrarse con un familiar, por huir de la guerra, por cuestiones políticas o una catástrofe, todos deberíamos “responsabilizarnos de los otros” como aconseja el filósofo judío de la ética, Emmanuel Lévinas.
En un pasaje bíblico el aposto Pablo dice que todos los preceptos de la ley de Dios se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

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