Óscar Tamez Rodríguez
La democracia mexicana no nació completa, se construye a medida que la población exige mayor transparencia, participación, representatividad y equidad electoral.
Entre 1917 y el 2000, hubo siete momentos notorios que permitieron arribar al siglo XXI con una democracia más acabada, participativa y confiable.
Estos momentos fueron: a) en 1917 con el voto libre, directo y secreto; b) en 1947 y 1953 al otorgar voto pasivo y activo a las mujeres con lo que se universaliza la democracia; c) en 1963 cuando se otorgan recursos públicos a los partidos y se instituye la representación proporcional; d) en 1969 y 1972 donde se abren espacios a los jóvenes y se amplía la representación proporcional; e) en 1977 luego de la debacle democrática con López Portillo; f) en 1988 con el sistema caído o callado (se “callyó”) y; g) en 1994 con la falta de legitimidad de Ernesto Zedillo.
Cada una de las reformas responde a las exigencias de la sociedad; fue el partido hegemónico quien empujó y aprobó tales reformas, pero no por voluntad, sino motivado por las presiones económicas, políticas y sociales, fueran nacionales o internacionales.
Con la inclusión de las mujeres a la vida política, además del crecimiento académico y profesional de la pujante clase media, creció la exigencia por mayores espacios de desarrollo para las minorías aplastadas y los jóvenes profesionalizados.
Al negar espacios a las candidaturas independientes con las reformas de 1946; los partidos políticos secuestran para sí la democracia. El partido hegemónico controla la democracia y los procesos electorales hasta fines del siglo XX, es antidemocrático que el coyote cuide las gallinas.
Al interior del PRI los grupos fueron acotando los espacios electorales y con ello la apertura democrática, las cuotas para sindicatos, sectores de partido, organizaciones y cúpulas internas hacen imposible la movilidad política demandada en 1910 por Francisco I. Madero, el partido de la revolución se vuelve contrarrevolucionario a medida que avanza el siglo.
La necesidad de abrir espacios a las minorías surge en los 60´s y la respuesta se da en los legisladores de partido enlistados y con un mínimo de porcentaje alcanzado en la elección.
Las influencias ideológica, política, democrática y de transformación internacionales alcanzaron a los jóvenes entre 1968 y 1973, con sus protestas y las consecuentes represiones hicieron oír su voz.
A mitad de los 70´s el país es otro, la pujante y oprimida clase media demanda espacios político-electorales. El PAN es la opción disruptiva frente al hegemónico PRI.
En la elección de 1976 el PAN reclama inequidad electoral y retira a su candidato presidencial de la contienda. Ahí se cae el sistema político, la democracia mexicana está herida de gravedad.
Con 16,727,973 votos válidos correspondientes al 100% de sufragios aceptados, gana la presidencia José López Portillo. Ninguna democracia subsiste con un candidato único y menos con triunfos nada democráticos. Nuevos cambios en la reforma de 1977 con apertura a la representación proporcional en el poder legislativo.
En 1988 gana Carlos Salinas de Gortari con la conocida incertidumbre por el sistema manipulado por Manuel Bartlett. Hoy no sabemos si se calló de callarse o cayó de caerse. En cualquiera de los casos surgieron las reformas electorales, nace el IFE y se encamina a la ciudadanización su funcionamiento.
La democratización de la democracia se hizo realidad, falta que los ciudadanos sepan qué es y para qué existe. Surge la democracia participativa, el reto es hacerla valer.