vie. Dic 20th, 2024

Charlas de taberna

Marco H. Valerio 

Mientras el señor Luis Mena acaricia con paciencia un molcajete que labra con roca volcánica, el eco de su voz se mezcla con la brisa que desciende del Popocatépetl, su vecino y centinela desde hace generaciones. 

“Siempre he vivido aquí, al pie de este volcán que a veces nos regala postales cubiertas de nieve y otras nos obliga a correr por nuestras vidas,” dice, mientras su mirada se pierde entre las montañas. Aún recuerda con claridad el día que, hace 30 años, don Goyo, como lo llaman cariñosamente los locales, despertó de su letargo, llenando el aire de cenizas y temor.

Era diciembre de 1994 cuando el rugido del coloso obligó a Luis y a los habitantes de San Nicolás de los Ranchos a evacuar sus hogares. 

“Nunca habíamos escuchado algo así. Fue aterrador. Mis dos hermanos tienen discapacidad, y el solo hecho de pensar cómo llevarlos con seguridad fue un reto enorme. Pasamos días en un albergue, pero no hay nada como estar en casa. No quisiera vivirlo otra vez,” confiesa con un suspiro. Como Luis, millones de personas habitan dentro del radio de 100 kilómetros del cráter, lo que convierte al Popocatépetl en uno de los volcanes más vigilados del mundo.

UNA MIRADA AL PASADO 

Desde aquella erupción, el equipo multidisciplinario del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM ha trabajado sin descanso para desentrañar los secretos de don Goyo. “Estudiar el pasado del volcán es crucial para anticipar su comportamiento futuro,” explica el vulcanólogo, Hugo Delgado Granados.

 Recorrer cada rincón donde se acumuló piedra pómez o ceniza ha sido parte esencial de la labor. Estos depósitos cuentan una historia de erupciones explosivas que moldearon no solo la geología, sino también las vidas de quienes habitan a su sombra.

En un paraje a nueve kilómetros del cráter, Delgado se detiene frente a una pared que muestra las cicatrices de distintas erupciones. Fragmentos de vegetación carbonizada están atrapados entre capas de ceniza y piedra pómez. Mediante el análisis de carbono 14, los científicos han fechado estas capas, revelando eventos ocurridos hace más de mil años. 

“El Popo no es solo un volcán; es un complejo formado por cinco generaciones de colosos que se han destruido y reconstruido a lo largo de los siglos,” explica Delgado. El Fraile, uno de sus ancestros, tuvo su última gran erupción hace 14 mil años antes de dar paso al Popocatépetl moderno.

MISTERIOS GASEOSOS

A diferencia de otros volcanes, el Popocatépetl destaca por sus emisiones constantes de gases. Desde 1994, ha estado entre los cinco volcanes que más gases emiten en el mundo, un fenómeno que intriga a los expertos. Robin Campion, también del IGf, sube una colina cercana al cráter con su equipo de medición. Aunque las nubes cubren el paisaje y la temperatura desciende, nada detiene su trabajo. “Durante el 99 por ciento del tiempo, las emisiones de gases son pasivas. Sin embargo, cuando el conducto se compacta, los gases se acumulan, provocando explosiones,” explica.

Las mediciones de gases, realizadas incluso con satélites, han revelado patrones que permiten predecir explosiones con horas de antelación. “Desde mayo de 2023 hemos notado un periodo de actividad alta, lo que indica que don Goyo sigue recibiendo inyecciones de magma que alimentan su actividad,” agrega Campion.

EL LENGUAJE SÍSMICO DEL POPO

La sismóloga Alejandra Arciniega Ceballos se encuentra en la estación Cruz Blanca, donde monitorea en tiempo real la actividad sísmica del volcán. “Cada erupción deja una huella sísmica, un lenguaje que debemos descifrar. Estos datos nos ayudan a entender los movimientos internos del magma y prever futuros eventos eruptivos,” comenta.

Gracias a una red de sensores, los investigadores han detectado patrones que se repiten desde 1994. “Esto nos indica que el Popo sigue un mecanismo consistente en sus erupciones actuales, lo que nos permite anticipar ciertos comportamientos,” explica Arciniega. Además, esta información es crucial para el desarrollo de estrategias de mitigación en caso de desastres.

IMPACTO SOCIAL

Para quienes viven a su alrededor, el Popocatépetl es tanto un vecino intimidante como un emblema de identidad. Luis Mena, al igual que muchos otros, mira con respeto y cierta resignación al coloso. “Es parte de nuestra vida. No lo vemos solo como un peligro, sino como algo que nos define. Pero siempre tenemos que estar preparados para lo que venga,” dice mientras termina de tallar su molcajete, un testimonio de la relación indisoluble entre el hombre y la naturaleza.

La vigilancia científica y la memoria histórica se conjugan para convivir con don Goyo, el vigilante eterno que, desde las alturas, dicta el ritmo de la vida en su sombra.

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