Gabriel Contreras
A pesar de que se ha intentado generar opciones variadas para convertir al sargazo en la materia prima de líneas de producción artesanales e industriales, el hecho es que la realidad se ha impuesto a los buenos deseos, y hoy por hoy el turismo extranjero comienza a alejarse de las playas de Quintana Roo. No es que se vayan, es que los corren.
Algunos habitantes de Puerto Morelos procesaron fragmentos de sargazo y armaron portadas de libretas, pero eso, claro, no fue suficiente.
Un hombre de buenas intenciones se propuso producir casas con los restos de algas que fue recogiendo en la playa, pero no hubo demanda y el proyecto se secó como una toalla a la intemperie.
Gente de gobierno recorrió playas dotados de palas y buena voluntad, pero se cansaron de insistir.
Total que el sargazo ganó la pelea, y no hay modo de retener a los turistas que se alejan con la cabeza agachada. Si en julio se retiraron, en agosto aplicarán el tiro de gracia al flujo de efectivo.
Así, las cosas no pintan bien para Tulum, por ejemplo, pero la tragedia tampoco termina ahí, porque ese pueblo tantas veces elogiado es ahora mismo víctima de un montón de bandas cuya vocación es exigir una cooperación forzosa a los huéspedes de los hoteles y los paseantes ataviados con gorras y chanclas.
El problema es que esto del sargazo y la extorsión parece una enfermedad rara, porque no tiene remedio.
El Gobierno de Quintana Roo de momento no sabe qué hacer frente a esta crisis, y ni modo que los hoteleros generen ganancias sin turismo.
Qué sigue? La verdad es que bien a bien nadie lo sabe, pero cuando todo va mal, aún es posible que todo vaya peor. Ojalá que no.