Luz María Ortiz Quintos
El día de ayer conocimos dos situaciones preocupantes ocurridas en entornos escolares.
El primer caso involucra a un menor de edad, estudiante de una escuela ubicada en el municipio de Monterrey, quien fue sorprendido con droga entre sus pertenencias. No se especificó el tipo de sustancia, pero, independientemente de cuál fuera, surgen preguntas alarmantes: ¿Cómo obtuvo el menor la droga? ¿Por qué la llevó a la escuela? ¿Qué responsabilidad asumen sus padres o tutores ante este hecho? ¿Cómo se enteraron las autoridades escolares de que el menor tenía droga?
Estas preguntas nos llevan a reflexionar sobre el papel de los adultos responsables. Todo indica que no se está garantizando el sano desarrollo del menor. Si la droga se encontraba en su domicilio, o si le fue proporcionada por algún conocido, son situaciones que simplemente no deberían ocurrir. Más allá del delito por posesión de droga, el hecho en sí resulta aún más preocupante por lo que revela del entorno del menor.
El segundo caso, igualmente lamentable, se presentó en una secundaria pública del municipio de Escobedo. Al salir de clases, una estudiante fue golpeada por una compañera, quedando lesionada e inconsciente. Según relató la madre de la menor, su hija había sido amenazada en varias ocasiones por esta compañera. Intentó hablar con las autoridades escolares, pero no fue atendida. Ayer, lamentablemente, las amenazas se convirtieron en agresión.
La menor presenta múltiples lesiones en el cuerpo, fractura en la nariz y un fuerte golpe en el abdomen. Hasta el momento, los directivos del plantel no han brindado información sobre la identidad de la agresora ni han recibido formalmente a la madre de familia.
La violencia es una conducta aprendida. La niña agresora, probablemente, ha crecido en un ambiente donde la agresión es parte de lo cotidiano. Antes de juzgarla, es urgente que reciba atención psicológica.
En muchos hogares se viven situaciones de violencia intrafamiliar. La falta de autodominio, autoconocimiento, diálogo y respeto no es algo que se deba aprender exclusivamente en la escuela. Estas habilidades se adquieren desde la infancia, en el hogar. Cuando se crece en ambientes hostiles, las personas tienden a reproducir esos modelos por imitación.
Es urgente romper el círculo de la violencia intrafamiliar, y esto solo será posible cuando los adultos estén dispuestos a desaprender comportamientos basados en la ofensa y el golpe, y a cambiarlos por el diálogo, la comprensión, la empatía y el respeto mutuo.
Las nuevas generaciones son el reflejo de sus padres. Entonces, ¿qué ejemplo estamos dando a nuestros hijos? ¿Estamos dispuestos a asumir nuestra responsabilidad y reconocer nuestras carencias y áreas de oportunidad?
Hoy en día, nada justifica el abuso, el maltrato ni el menosprecio hacia otra persona. Si algún adulto manifiesta comportamientos violentos, ya sean psicológicos o físicos; debe buscar ayuda profesional y salir de esa situación.
La violencia comienza con palabras, pero puede escalar hasta los golpes, que no solo lastiman físicamente, sino que en algunos casos pueden terminar en tragedia.