Gabriel Contreras
Desde su nacimiento, el cine ha sabido ponerle precio a cada uno de sus productos en el ramo del entretenimiento.
Así, a fines del Siglo XIX se fue desarrollando un conjunto de rituales y elementos simbólicos que convertían a la experiencia fílmica en un momento “especial”, que exigía cierto protocolo, y era sinónimo de elegancia, distinción y “clase”. Junto a ello, el cine se fue rodeando de actividades y atractivos complementarios, como alimentos, souvenirs y toda clase de mercancía.
Mientras las salas cinematográficas se expandían globalmente y la atracción por las “películas” seguía creciendo, sus atractivos se fueron diversificando y enriqueciendo, de modo que hoy asistir al cine es algo en realidad muy “especial” y muy cara, de modo que muchos millones de personas están -o estamos- optando por ver las películas a través de plataformas.
Así, tenemos más cine y menos “complementos”.
Con el cine de plataforma en casa, seguimos pagando, pero hemos adquirido el compromiso de verlo ahora en la privacidad de la sala, la recámara o el jardín, como un rito que sigue siendo atractivo, pero se logra ahora sin salir de casa.