Ma. Renata Díaz Leal von Versen
Con el asesinato de Qasem Soleimani, líder de las fuerzas Al Quds de la Guardia Revolucionaria iraní la histórica confrontación entre estos dos actores encuentra uno de sus puntos de mayor tensión en años desde la gestión de su rivalidad, pues es que la constante interferencia estadounidense en el territorio iraní desde el Golpe de Estado de 1953 orquestado por la CIA que determinó la permanencia de un régimen monárquico sobre la nación persa hasta la Revolución Islámica de 1979 ha llevado a un estira y afloja de relaciones diplomática ásperas, negociaciones abruptas y sanciones continúas que han provocado un conflictivo escalamiento que termina por encontrarse en este punto decisivo, no solo para la relación bilateral entre estos dos Estados, sino para la logística de poder en la zona de Medio Oriente, provocando un posible fortalecimiento de la influencia ejercida por el Estado iraní; las coaliciones internacionales y la decisiva toma de decisiones de los grupos de poder en la zona; así como la misma estabilidad interna de la ya decadente política estadounidense.
Ciertamente no fue el mejor momento para desencadenar un conflicto de tal escala para Trump, pues al pasar por alto al Congreso y con un juicio político a la vuelta de la esquina el enfrentamiento entre demócratas y republicanos parece acentuarse cada vez más; aunado a que la sociedad norteamericana no parece empatizar con la idea de emprender una guerra con Irán. Se circulan por las redes imágenes de movimientos sociales opositores a la guerra que nos recuerdan, casi nos remontan, al error de Lyndon B. Johnson en la guerra de Vietnam, catástrofe militar para Estados Unidos y evento que marcó el repunte del idealismo en el entorno internacional.
Y es que habría que tomar en cuenta, también, que el contexto en el que se suscitan los distintos enfrentamientos e interferencias de Estados Unidos en el Estado iraní encuentran múltiples divergencias clave con este enfrentamiento, pues ya ha quedado atrás la amenaza de un enfrentamiento masivo en tanto que se han afianzado las relaciones comerciales de manera estrecha; la política y los términos de poder toman un giro hacia los términos de estabilidad económica en un entorno de interconexión comercial en el que es altamente improbable que se emprendan acciones costosas que terminarían por devastar el orden económico actual. La guerra es costosa, y los vestigios de la misma aún más, ¿una tercera guerra mundial? poco probable, y basta con verlo que a días del asesinato del comandante iraní Soleimani, el petróleo ha tenido un importante aumento en sus precios, provocando una afectación generalizada. A la par, existe un interés colectivo que pugna por la protección del Golfo Pérsico al ser una de las zonas petroleras de mayor importancia para las potencias europeas y de Asia.
Ahora bien, situándonos en la región de Medio Oriente, Estados Unidos presenta una amplia desventaja, pues cualquier movimiento en falso podría significar grandes pérdidas de influencia en la zona, no solo para esta nación decadente, sino para la pugna ideológica entre los Estados de la región. Y es que justamente desde la Revolución Islámica que los Estados opositores al islamismo chiíta encuentran una fuerte amenaza en Irán al amplificar la fortaleza de acción de las minorías chiítas que se encuentran dentro de estos Estados, a la par de que actores no-estatales como Hezbolláh y Hamás sostienen un poder de acción cada vez más predominante en la región.
Todo esto lo podemos ver en la preocupación de la seguridad fronteriza de Israel y de la estabilidad política de Arabia Saudita. En un entorno en donde Estados Unidos se posicionaba como garante de la seguridad militar, el país iraní amenaza con reconfigurar lo que había permanecido hasta entonces como el status quo en la más estrecha esfera de la región, mientras que los agentes internacionales externos están a la espera de poder sacar su debido provecho proliferando aún más la inestabilidad de Medio Oriente.
Y es que Estados Unidos tiene un claro patrón consecuente imperialista, pues siempre termina por gestionar el nacionalismo y el discurso antiimperialista y anti-americanista que, en Medio Oriente, ha potencializado la doctrina nacionalista islámica. Tales consecuencias no tardan en hacer efectos, pues así se gestionó el brote del yihadismo, grupo que se venía germinando desde la intervención estadounidense de Estados Unidos en la invasión de Afganistán durante la Guerra Fría. Pretendió detener la presunta patología comunista, pero terminó por fortalecer la unidad nacionalista de cada una de estas unidades políticas: Afganistán, Irán, Irak (…) incluso es el mismo efecto que suscitó en América Latina donde hay un evidente repudio hacia el país norteamericano.
La conglomeración de los diversos enfrentamientos que se han presentado en Medio Oriente ha terminado por culminar en el fortalecimiento de la coalición chiíta en la zona, amenazando con el orden que había predominado hasta ahora. Ahora bien, con un Estados Unidos debilitado y aislado, las condiciones para una posible guerra masiva no parecen muy favorecedoras para ninguna de las partes aliadas del decadente hegemón, pues posiblemente, contrario a la presunta intención pronunciada por Mike Pompeo de restablecer la paz en la región, podría fortalecer aún más el posicionamiento de Irán en la zona, a parte de que no parece ser que China y Rusia vayan a permitir un escalamiento amenazador para ellos.
Un nacionalismo diferenciado
Actualmente Estados Unidos presenta diversas debilidades endógenas y exógenas que degradan su poderío; la continuidad de una política exterior realista carente de cualquier visión estratega durante la administración de Trump; un gobierno dividido y confrontado; y una sociedad nacional opositora no pone en las mejores condiciones al país estadounidense para emprender una guerra de pretendida dimensión.
Y es que habría que tomar en cuenta que tal como exponen Pierre Renouvin y Jean Baptiste Duroselle en su premisa sobre las <<fuerzas profundas>> el poderío estatal no está determinado únicamente por los elementos geográficos, políticos, económicos o militares, sino por lo que denominan como <<mentalidad colectiva>>, estos elementos sentimentalistas que vinculan a una sociedad con el Estado y se presentan preponderantes en la determinación de su poderío externo. Con la islamización de la política el estado iraní, y los Estados islámicos en general, fortalecen un concepto de nacionalismo altamente diferenciado al de los Estados de occidente, principalmente al de Estados Unidos, ahora especialmente en medio de su latente crisis.
Hamid Rabi’, politólogo egipcio, parece acertado al describir precisamente las diferencias de la política y el nacionalismo occidental, específicamente el anglosajón y el francés, del de los Estados islamistas. Exponía, entonces, que la diferenciación viene incluso desde el espectro lingüístico, pues mientras en el latín el término de <<Estado>> está identificado con el poder y la fortaleza, en árabe el término se vincula a la estabilidad y continuidad.
Apartado del individualismo germinado en el liberalismo francés y anglosajón, la política islámica está íntimamente conectada con la comunidad, no existe una división entre las esferas públicas y privadas y sus ideales se presentan en una unidad holística determinada por elementos morales y éticos más que económicos, como sucede en gran parte de los Estados occidentales. Se encuentran ante una pretensión universal de progresismo y continuidad conjunta; (sin tomar en cuenta el interno fraccionamiento islamista entre sus dos vertientes) cada uno de éstos se alimenta de elementos doctrinales que establecen los ejes rectores de su política; supone una congruencia e intrínseca vinculación entre el Estado y su sociedad, y por ende, hay un estrecho acercamiento a la cultura e historia de su nación que fortalece a todos estos elementos materiales que erigen y dan una representación vívida a su nacionalismo.
La carente frontera entre el individuo y el Estado permite a estas naciones islámicas tener una visión conjunta del mismo, de a dónde quieren llegar y cómo habría que obtenerlo; contrario al nacionalismo norteamericano, donde el liberalismo que una vez dio luz a una potencia fortalecida ahora se presenta como un agente patológico que termina por proliferar la división identitaria de su sociedad en la que la separación y distanciamiento de las distintas esferas del Estado no alcanzan un avance conjunto. Pues bien, el mismo Huntington critica la amenaza que supone el declive de la moralidad y la multiculturalidad de occidente; inevitablemente el hegemón debe tener su caída.
Una ideología secular versus un islamismo político; una sociedad fraccionada versus una unidad política comunitaria; enfrentados en un contexto con un alto dinamismo geopolítico y económico y un latente enfrentamiento que amenaza con una pseudo estabilidad económica presente y con un resultado devastador que se pretende evadir; a la par de una reconfiguración de influencias políticas en una de las regiones históricamente más disputadas. Todo esto, en su conjunto, ponen en relieve una latente preocupación, no por una tercera guerra mundial, sino lo que depara la ya empezada reconfiguración de poder del entorno internacional y sus efectos a posteriori.
Ma. Renata Díaz Leal von Versen
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