Raúl Guajardo Cantú
Hace unos días nos encontramos con la noticia de que un niño, en Veracruz, asesinó a su compañero de juegos debido a que este le ganó en “las maquinitas”. El derrotado se enojó tanto que fue a su casa y trajo la pistola de su padre, disparó a la cabeza de su amigo y se fue.
Un cuadro atroz, pero no único, en EU, hace poco, un niño de 6 años baleó a su maestra por un regaño y al parecer una mala calificación. En Torreón, hace unos dos años, un joven mató a su maestra e hirió a varios de sus compañeros, algo muy parecido sucedió en Monterrey hace unos años. Los hechos violentos utilizando armas blancas se dan por cientos, es solo cuestión de buscar en Google.
Podríamos seguir haciendo un recuento de notas en las cuales los niños y adolescentes son protagonistas en el papel de agresores. No es el objetivo.
Consideramos que estos y otros hechos tienen un significado que va más allá de las agresiones, ya que reflejan, según nuestro punto de vista, una crisis de valores que se está extendiendo por el mundo, pero que tiene que ver con la forma en que se educa a las nuevas generaciones.
No estamos diciendo que antes no hubiese hechos violentos, los ha habido en todas las épocas, sin embargo, de un tiempo a la fecha cada vez más jóvenes participan en ellos.
En el país se han puesto en marcha distintas estrategias tendientes a revertir la situación, se ha hablado de la ruptura del tejido social, tal como se habló de ello en EU hace décadas, se otorgan becas a los jóvenes para que no abandonen sus estudios, para que no caigan en las manos del crimen organizado, pero los hechos continúan, por no decir que van en aumento.
Quizá sea hora de plantearse acciones más directas por parte de las escuelas, las instituciones de salud, las familias, en fin. Hora de atender a los jóvenes en sus necesidades socioemocionales.
Todos, pero principalmente los niños, tenemos derecho a una vida libre de violencia, tenemos la obligación de trabajar para que esto suceda. No es un maná que caerá del cielo.