Por Pedro García
Caray, cuántas cosas feas se dicen a pretexto del PRI: que no evoluciona o que evoluciona para mal -y ya no me sienta-.
Esas siglas, PRI, surgidas a pretexto del Nacionalismo Revolucionario, se trata de convertirlas en lo más parecido a un “titanic”, y ocurre que ya no les llena el buche a más de cuatro y sencillamente, se van.
Cuántas décadas, los militantes de élite nos doraron la píldora del partido forjador de instituciones sociales que sustentaron al “gran país que somos”.
Hace siete años, apenas, el promedio de priistas que ahora reniegan del partido anduvieron colgados, en ristre, del joven Enrique Peña Nieto en su bulliciosa campaña presidencial y quien desde esa época designara por dedazo a todos los candidatos de todo el país para diputados, alcaldes, gobernadores, directores de organismos autónomos, etcétera.
Qué o quién causó tanto mal en el partido que ahora algunos sienten desdoro por pertenecer a las gloriosas siglas políticas.
Recientemente se ha dicho que el PRI experimentaría un éxodo. Pero el éxodo es de los de arriba, los que han gozado privilegios con su colocación en cargos de poder político y de disposición de dinero y presupuestos.
Esa distinción les hizo políticos hasta honorables, por causa del PRI, ni más ni menos.
También algunos han criticado que las designaciones de candidatos las hacen las élites, postura verdaderamente ridícula, pues dichas críticas proceden de quienes han estado incrustados precisamente en las mentadas alturas del partido.
Es la hora de la congruencia, de que los priistas salgan a defender a su partido al que se abofetea y ninguno de ellos se atreve a meter las manos por unas siglas que han portado en camisetas de campaña, en gorras, carteles y mantas de propaganda.
O también serán unos “caraduras” y abandonarán el titanic para no sufrir la vergüenza de caminar sobre despojos, sea en Insurgentes o en Arteaga y Pino Suárez.