lun. Jun 30th, 2025

Ma. Renata Díaz Leal von Versen

Caso uno. 1998. Argentina. Fabián Tablado asesina con 113 a puñaladas a Carolina Aló, su pareja. Sostuvo relaciones sexuales con ella antes del asesinato. Contactó a un amigo para hacerle saber lo sucedido. 

Tres jueces. Fernando Mancini, uno de ellos, estima que fue un homicidio simple bajo el argumento de que “pese al impresionante número de heridas, no hubo ensañamiento, pues no apuntaron a generar sufrimientos innecesarios a la víctima” aunque reconoce que Carolina Aló debió haber sufrido enormemente. Fernando Morato lo contradice, Celia Vázquez equilibra el juicio a favor de Mancini. 

“Los jueces Mancini y Vázquez nos dieron la apuñalada 114” dijo Edgardo Aló, padre de Carolina Aló. 

Caso dos. 2016. España. Cinco hombres violan de una joven de 18 años. Filmaron siete videos del abuso. Los jueces lo catalogaron como abuso sexual, no como violación. Les dieron 9 de años de cárcel. El informe pericial estimo que la actitud de la víctima fue pasiva/neutral, mantuvo los ojos cerrados todo el tiempo. 

A 3 años del evento, el caso ha pasado por 14 jueces. Uno de ellos, Ricardo Javier González González, pide absolver a los acusados de la pena, “ella decidió ir con ellos”, “ella estaba alcoholizada”, “ella aceptó”, “todo lo que allí había pasado era puro y simple sexo consentido”. 

Caso tres. 2015. México. Cuatro jóvenes de familias adineradas abusan sexualmente de Daphne Fernández de 17 años, una menor de edad. Se denunció en 2015. Hubo inactividad por parte de las autoridades. Se abre el caso un año después. Los cuatro se dieron a la fuga. Uno de ellos fue puesto en libertad pues se consideró no había participado en el proceso, Gerardo Rodríguez; Jorge Cotaita sigue prófugo; Enrique Capitaine está preso. El último, Diego Cruz, fue extraditado por España. 

Anuar González Hemadi, juez tercero de distrito de Veracruz, emitió un auto de liberación para Diego Cruz. Consideró que “no había intención lasciva”, aparentemente, el acusado no tenía intención de copular, pues no lo expresó. 

Le tocaron los senos y le introdujeron los dedos a Daphne por la vagina. 

En México, de acuerdo con el Diagnóstico de Acceso a la Justicia y la Violencia Feminicida emitido por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) en 2019, el 50% de los feminicidios en México no son consignados ante la justicia, mientras el 90% queda en impunidad. El mismo documento resalta que en 2016 únicamente el 3.39% de todos lo casos de muerte de niñas y mujeres se reportaron como feminicidios (84 casos); el 63% fue clasificado como homicidio culposo, el 25.61% como homicidio doloso. De forma simple, culposo sin intención, doloso con intención. 

El mismo documento expone que de las 32 entidades federativas, únicamente dos, en 2018, investigaron todas las muertes violentas de mujeres bajo protocolo de feminicidio, de acuerdo con un Acuerdo del Consejo Nacional de Seguridad Pública, lo que significa que 30 estados son omisos a dicho acuerdo. Así mismo, destacó que las instituciones de procuración de justicia no registran información valiosa para el proceso de la investigación. 

No hace mucho escuché a Rita Segato, en una de sus muchas conferencias, hablar sobre la tarea pedagógica del juez en la sociedad. Y es que, en un Estado constitucional ¿no es el juez el encargado de velar por los derechos fundamentales de la sociedad? No hablemos de un juez mecánico, el juez no es vocero de la ley, sino que tiene una tarea interpretativa. En este sentido, ¿qué pasa con el criterio personal de interpretación? No podríamos hablar de una imparcialidad total, pues no podemos desvincular al juez de su ideología (también la programada) individual, y con la programada me refiero a la masculinidad. 

La idea de supremacía, en torno a la justicia, que orbita sobre la figura del juez emite en cada una de sus resoluciones un mensaje a la sociedad. Fernando Mancini, Ricardo González, Anuar González, y todos aquellos jueces que promueven el criterio de masculinidad sobre el de justicia no solo evidencian cómo esta masculinidad está íntegramente institucionalizada, sino que justifican la violencia de género, en todas sus expresiones. El agresor, ¿temeroso por la justicia? no. 

Para Fernando Mancini no fueron suficientes 113 a puñaladas para declarar intención de tortura; para Ricardo González no fue suficiente la intimidación, el miedo y la impotencia para justificar la falta de resistencia por parte de la víctima; para Anuar González no bastaron los dedos dentro de la vagina de Daphne para declararlo abuso, pues, al parecer, su tipificación depende del deseo sexual del agresor. 

La educación es interseccional, no deviene únicamente de la casa o de un salón de clases. Aprendemos todo los días de nuestro entorno, de las autoridades, de la respuesta del Estado frente a situaciones de violencia y de injusticia, ¿qué enseña el ‘macho’ juez? no hay represalia para el agresor, sus acciones están justificadas. La culpa es tuya, mujer, por incitar, por tentar, por callar. Replican una y otra vez el mismo discurso de opresión, justificando al agresor y culpabilizando a la víctima, mismo que escuchamos todos los días, casi como un espejo, una réplica ¿no? del docente, del padre, de la madre, del compañero, compañera … “¿qué hacía sola?”, “¿por qué vestía así?”, “si ya saben para qué se exponen”, “pero ¿qué hizo ella para provocarlo?” “pero …” “pero…” “pero…”

Y es que tratarlos como casos aislados solo provoca la proliferación de la violencia que vivimos día a día; de la errada idea respecto al machismo y la masculinidad, sobre cómo se origina y cómo se manifiesta, así como el titánico daño que provoca en nuestras sociedades.

Rita Segato explica, el patriarcado no es una cultura, sino un orden político, desigual y primigenio que exige su reproducción para el mantenimiento de su estructura. En este contexto, la masculinidad funciona como una corporación que se replica y responde directamente a la “lealtad”, el denominado pacto patriarcal. Y esto lo comprueba con su estudio en su libro “La guerra contra las mujeres”; la violación no es una acción sectaria, es un acto social, se hacen en manada. Un agresor y su amigo, conocedor de todo el acto de violencia; 5 hombres que violan al mismo tiempo a una mujer; 4 jóvenes que abusan de una menor de edad, siempre en complicidad, siempre manteniendo el secreto, siempre dando continuidad y aprobación a la agresión. 

Evidentemente, este es un conflicto abismalmente más complicado que la simple explicación que expongo aquí. No me cabrían los casos, los datos, las estadísticas, ni los estudios; me faltarían palabras, páginas y días. Eso no es problema, pues la información está ahí, al alcance; no solo falta eso, lo que pasa es que nos faltan las voces, nos falta conciencia, nos falta sororidad, nos falta empatía; nos falta justicia, nos falta imparcialidad, nos falta intención. 

Nos faltan ellas; ellas a las que su agresor sigue libre, a las que el criterio del juez les condenó la vida, a las que su muerte no fue suficiente para la incriminación de su asesino, a las que no les creyeron, a las que las culparon; aquellas cuyos casos no fue lo suficientemente sanguinario para la atracción de los medios, aquellas cuyos casos no fueron suficientemente atractivos para que el político se lo apropiara para su campaña. Nos faltan ellas, y no, su ausencia no se distancia de tu machismo. 

Contacto: renatadiazleal@gmail.com 

Por Admin

Un comentario en «El permiso (in)visible»
  1. A esto, respondería con una pregunta, bajo el contexto que manejas, como se daría una solución a este conflicto, más que dar un deseo, un fuerte escrito de intención, ¿cuál sería el mecanismo político para poder desvincular a un juez (hombre) de su parcialidad al género? pues, jueces masculinos seguirán existiendo, sin embargo parece que no han llegado al puesto cumpliendo los requisitos necesarios.

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