mié. Dic 18th, 2024

Por Lorena Gurrola 

A 10 años de la muerte del cobarde asesinato de Marisela Escobedo, recuerdo yo que aún me duele la extinción de Fidecine, el fideicomiso que apoya al cine mexicano.

Pero antes de que sientan ganas de lincharme, como parece ser el deporte favorito en Internet, permítanme explicar porque me parece tan importante promover y proteger la producción del arte cinematográfico en nuestro país, que podría parecer superficial en medio de una pandemia.

La corrupción, la injusticia y la impotencia, son tres de los grandes cánceres incrustados en México, que dañan el tejido social en nuestra tierra; pero en ocasiones, cansados del trabajo, las faenas del hogar y las noticias, buscando un poco de entretenimiento, lo cual es comprensible; decidimos ignorar la enfermedad que nos carcome, optamos dejar de pensar en las tragedias de la vida, quizá para seguirla viviendo.

Las tres muertes de Marisela Escobedo es un documental mexicano, del director mexicano Carlos Pérez Osorio, estrenada en 2020 en una popular plataforma de streaming, este material logró transmitir con un lenguaje único, estas dolencias que refiero, me atrevo a decir que sensibilizó, más que cientos de campañas, talvez, respecto a la impunidad de los crímenes hacia las mujeres en nuestro país.

En medio de una vorágine virtual en la que pugnar por derechos humanos y alzar la voz, parece un crimen mayor que hacer públicas las atrocidades contra la mujer, este trabajo sublime logra hacer lo que muchos no hemos podido, sembrar algo de empatía y sororidad.

Talvez ahora pueda continuar; lamento enormemente el golpe que el legislativo federal en complicidad con el Ejecutivo, le recetaron a Fidecine, espero que nuestros artistas, que son estoicos en su trabajo no desistan, y no dejen de ofrecernos estas historias.

Lo agradecemos aquellos que tenemos la fortuna de no conocer ese dolor tan grande en carne propia, y que reconocemos que el talento puede lograr que una pantalla sea capaz de hermanarnos con aquellos que si han perdido seres amados, y la vida misma, consumida en la agonía de no calmar jamás la sed de su alma con un sorbo justicia.

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