La imagen es fácilmente reconocible. Después de años de “dejarse ir”, una persona aprovecha el cambio de año para plantearse una posibilidad de cambio. Ese dejarse ir bien puede estar relacionado con la comida, el cigarro, las compras o mantenerse en un trabajo poco satisfactorio.
En una serie de estudios sobre los propósitos de año nuevo, realizada por la Universidad de Scranton en Pensilvania, Estados Unidos, se encontró que apenas el 8% de las personas los concretan, sin importar si se trata de bajar de peso, ser más organizado y tener hábitos más saludable, (que, dicho sea de paso, son los tres propósitos más recurrentes a nivel mundial).
A un par de días de intentar ese tan codiciado cambio, a la menor provocación, la persona se echa para atrás. “Las intenciones están ahí. Empezaron con mucho ánimo y hasta compraron aditamentos para acompañar su proceso de cambio—unos tenis nuevos para salir a correr, por ejemplo—. Pero después de un par de días se dan cuenta que no es tan fácil: los niveles de energía no son iguales a diario, se cruzan los pendientes del día a día. Así que paulatinamente desechan sus propósitos porque tuvieron una guía para acompañar y planificar ese cambio”, explica María Ibarra, fundadora y CEO de The Full Planner, la herramienta de planeación que convierte los propósitos en metas alcanzables.
En ese sentido, el problema con los propósitos de año nuevo es fácilmente identificable: no se entiende el cambio como un proceso, sino como un producto final que debe existir una vez que se decreta. A partir de esta idea, The Full Planner presenta algunas consideraciones y estrategias para que cualquier persona pueda concretar sus propósitos de año nuevo de una vez por todas.
Objetivos claros, planeación a corto, mediano y largo plazo, medición constante, apoyo con las herramientas adecuadas y recalcular y recalibrar.