Por Salvador Hernández LANDEROS
A mediados de la década de los años 60as me la pasaba en la colonia Pensil del Distrito Federal y en la colonia Larralde de aquí en Monterrey. Allá estudiaba y aquí trabajaba.
Llegué a Monterrey en noviembre de 1963 y mí tía Cira Landeros que trabajaba en la Estación Golfo de los FFCC, me consiguió trabajo en la Galletera Mexicana, S.A.
Ella Habló con don Mateo Sandoval, quien era el jefe de personal para que me ocuparan. Entré a laborar como “Office Boys”, que es lo mismo que el “mensajero” por toda la planta.
Don Mateo me envió con el subjefe de nombre Jesús Rivera, (después tuvo el mismo cargo en la Bimbo) quien sólo me preguntó que “si sabía jugar futbol” y para llenar mi solicitud me pasó con el pagador Benjamín Martínez.
Benjamín me apoyó y me llevó al conmutador telefónico que era atendido por tres damas. Ramoncita, Silvia y Josefina, (esta última que se casó con un ingeniero de nombre Julián Espejo) exquisitas mujeres de quienes iba yo a depender.
Ahí recorría toda la planta llevando documentos de un lado a otro. “Qué lleva estos documentos a Bodega, luego que ha Pastas, que ha Betún. A los ingenieros Santos y Villarreal”.
Allí conocí a una hermosa familia. Herrera Macías. Carlos, Salvador, Carmelita, Laurita y “La Prieta” de quien no recuerdo su nombre, pero si que era la secretaria de Ignacio Santos de Hoyos.
A los dos meses ya tenía un apodo. El personal masculino ya me conocía como “El Chico Maravilla”. Y todo porque mi desayuno eran las galletas Maravilla que remojaba en agua y las enguía como “pelón de hospicio”.
Obvio que entré al equipo de galletera que dirigía don Manuel Ávalos. Ahí jugaba el señor Guadalupe Cornejo, quien junto a sus hermanos eran muy buenos y reconocidos basquetbolistas. Y el más chico llegó a Jugar con Los Rayados.
Desde los primeros partidos se dieron cuenta que yo le entraba con ganas al futbol y Benjamín me dijo. “Chavita, si quieres seguir trabajando aquí, no metas los goles, dale los pases al “Güerito” para que él los meta”.
Le reviré y le pregunté: “Y porqué a él”. Benjamín se río y me dijo: “Porque su papá es el dueño de todo esto y Beto es a todo dar”. Le hice caso y al paso de los años, Alberto Santos de Hoyos se acordaba de ello y reía mucho. Buen
hombre.
En aquel tiempo Benjamín vendía zapatos para dama, en abonos a las trabajadoras de GAMESA, mismas que, cuando les pagaba los sábados, ellas le abonaban y en ocasiones quedaban pendientes.
Como yo andaba por toda la planta Benjamín me pedía de favor que recogiera algunos abonos y cumplidamente se los entregaba en su escritorio. Nunca me ofreció nada ni yo le cobré los favores.
Así nació una amistad que se cortó cuando alguien le quiso hacer daño y lo hicieron que renunciara porque estaba haciendo negocio en la empresa vendiendo el calzado.
Sin embargo, Benjamín todos los sábados a mediodía acudía a GAMESA para vender zapatos a trabajadoras (eran más de mil) y en ocasiones, durante la semana yo le recogía los abonos.
Tuve que regresar al Distrito Federal y me ausenté varios años. Regresé en el 70 y pasaron más años, hasta que en 1994 fui con mi familia a la calle Morelos a comprar calzado para dama.
Se adquirieron tres pares de zapatos y al liquidar la cuenta. Una voz le dijo por su nombre a la cajera: “No cobre nada, por favor no cobre nada”. Era Benjamín, quien me abrazó y le dijo a mi familia.
“Aquí pueden venir cuando quieran. Chavita hizo mucho por mí, me ayudó en tiempos muy difíciles y yo le debo mucho, le he estado agradecido desde hace muchos años”.
Platicamos un buen rato y me enteré que era propietario de las Zapaterías “BEMA” a las cuales nunca regresamos, pero si me reunía con él en Sanborns, Vips y restaurantes de la zona de Morelos.
La última vez fue con él, Carlos Herrera Macías y Armando Martínez, exdirigente de los burócratas de Monterrey.
Benjamín falleció hace dos años y lo último que supe fue que junto con un hermano adquirieron un restaurante y la panadería El Nopal.
La vida me dejó este recuerdo y, sobre todo para decirles, que no busquen hacer daño a una persona, porque a lo mejor, le hacen un gran favor.