© ® José Alberto Rodríguez Ramírez
(cuento)
Aunque su figura no es impactante ni su cuerpo voluptuoso, cuando la ves quedas prendado. Lo mismo la encuentras en el Barrio Antiguo que en el Centrito de la del Valle.
Su mirada es irresistible, te hipnotiza: su voz como de cristal te llena el cerebro a través de tus oídos. Le invitas una cerveza, un tequila, inicias la conversación, para cuando acuerdas ya estás rendido a su voluntad: bailas con ella, la abrazas, te enamoras tanto que ni siquiera notas su piel helada en medio del verano, porque te clavas en la profundidad de sus ojos celestes, inmensos, te hace viajar. La invitas a tu depa, pero ya no sabes quién es el cazador y quién la presa, con toda la ceremonia y lentitud de un sacrificio te dejas quitar la ropa, te dejas acariciar, ni siquiera notas cuando ella quedó arriba, cómo te abraza con fuerza, como aprisionándote, tu placer es tal que no notas que clava sus colmillos en tu cuello para robarte la sangre al mismo tiempo que le entregas hasta la última gota de tu vida.
