Roel Guajardo Cantú
En los últimos años la violencia se ha incrementado sensiblemente en la sociedad, violencia que parece ser ya no forma parte de lo que nos asombra; lo delicado y peligroso es que ahora se multiplican los casos de acoso, bullying y violencia en las escuelas, provocando temor y zozobra en los estudiantes y maestros, así como estrés y preocupación en los padres de familia.
Damos por sentada esta violencia pese a lo que daña a la sociedad en general y a los jóvenes y maestros en particular.
Este ambiente no abona en el aprovechamiento educativo de los alumnos y se integra a una percepción de inseguridad que prevalece y lo más grave es que, como afirmara Mary McCarthy “con la violencia podemos olvidar quienes somos”.
Durante mucho tiempo se ha dado como explicación la pobreza y falta de oportunidades en que viven muchos de los jóvenes que participan en estos hechos, sin embargo, el que se presenten situaciones como las que hemos observado en colegios particulares, a los cuales no acuden los jóvenes marginados, en donde se han presentado tiroteos o intentos de agresiones con armas blancas y de fuego, dejan sin sustento esta hipótesis.
En escuelas públicas o privadas la violencia se ha enseñoreado por igual.
En realidad consideramos que las causas de que se esté multiplicando este tipo de agresiones son de una índole más profunda que la pobreza por sí misma.
Desde nuestra perspectiva, en este fenómeno se entrelazan la llamada ruptura del tejido social, asociada a los desplazamientos geográficos de muchos mexicanos, quizá provocada por la cada vez más masiva urbanización de la población mexicana, con la pérdida o transformación de los valores, el retroceso del Estado ante el crimen organizado en amplios sectores de las ciudades y poblaciones y el aumento al acceso y consumo de drogas tanto legales como ilegales.
No son situaciones que puedan ser combatidas con efectividad a partir de diagnósticos que simplemente consideran necesario establecer algún tipo de pláticas o campañas dirigidas a los jóvenes o estigmatizándolos por sus comportamientos.
En realidad, es necesario que se actúe en forma coordinada y transversal, haciendo partícipes a las distintas Secretarías de Estado que tienen que ver con las causas, como pueden ser Salud, Bienestar, Seguridad y, por supuesto, Educación.
Consideramos que debe establecerse una serie de acciones y programas de largo plazo cuyo objetivo final sea precisamente, contener y erradicar la violencia entre los jóvenes.
Capacitar a los maestros, trabajadores sociales, psicólogos, directores e inspectores de las instituciones educativas para realizar programas y proyectos adecuados a las realidades que enfrentan cotidianamente, pero apoyados por la propia Secretaría de Educación para que se instituyan en el largo plazo. Programas y proyectos que tienen que ver con retomar valores importantes como la democracia, la solidaridad, el respeto a la diversidad y la inclusión, por lo menos.
El tema de la violencia en las escuelas, como en la sociedad en general, debe de atenderse con programas de promoción de valores y de prevención de adicciones, en las instituciones educativas de forma escolarizada y transversal.
Estos programas deberán de contar con apoyos de la Secretaría de Salud, que tiene el deber de atender el consumo de distintas sustancias, legales o no, que cada vez se va iniciando a edades más tempranas, entendiendo que ello tiene que ver con un problema de Salud Pública, independientemente de las consecuencias que trae consigo para la seguridad.
También es necesario que el Estado asuma la función de recuperar espacios que ha dejado libres para ser ocupados por pandillas, grupos o personas que buscan afirmarse con actos de abusos, barbarie y violencia.
No son temas sencillos, lo hemos analizado en distintas ocasiones y en diferentes medios. Por lo pronto consideramos necesario partir desde el sector educativo como punta de lanza para enfrentar este problema que, queramos o no, afecta a toda la sociedad.
No esperemos a tener más casos de violencia para tomar acciones y prevenir la muerte o incapacidad de niños, adolescentes y jóvenes que verían truncadas sus esperanzas de un futuro mejor.
