Óscar Tamez Rodríguez
Las contiendas electorales siempre se viven a partir de dos premisas: cambio o continuidad. Si el gobierno quien termina es reconocido por la comunidad, es probable que la continuidad sea eje central de la campaña del candidato oficial.
Las campañas electorales basadas en el cambio son generalmente las de oposición porque resaltan lo negativo del actual gobernante y con ello buscan endosarle las culpas al candidato surgido desde el oficialismo.
Las campañas enmarcadas en la continuidad generalmente son las del partido oficial y se basan en los logros de la gestión gubernamental, con frecuencia responden a candidatos que además de representar al oficialismo, emergen desde el seno del mismo gobierno.
Recuerdo la campaña de Josefina Vázquez Mota haciendo propaganda desde el cambio siendo la candidata oficialista, su discurso era de distancia con el oficialismo, como la historia lo enmarca fue un fracaso electoral.
Otro caso de rompimiento es la contienda de Mauricio Fernández Garza en donde pide la salida del gobernador Canales y emprende una campaña de cambio, igualmente sus resultados no fueron los mejores, a pesar de ser un magnífico candidato.
Ser candidato de la continuidad conlleva el problema de cargar con los errores del gobierno en turno, que todos los defectos y rupturas se pasan al candidato, claro, siempre habrá excepciones. En estos casos, el candidato oficial debe deslindarse sin romper, buscar distancia con el gobernante sin que ello implique un mensaje de cambio.
El caso de Claudia Sheinbaum debe atender estos principios y en breve redefinir su pre, pre, precampaña. Corre el riesgo de enfrentar duros obstáculos si decide como lo ha realizado hasta ahora, colgarse del concepto de continuidad e incluso de la imagen presidencial.
Considerando las recientes mediciones de México Elige, el mandatario desciende al 59% de aceptación, una disminución que ronda los 4 o 5 puntos porcentuales. Esta caída no afecta mucho a él, pero si es significativa para la aspirante a candidata quien se promueve colgada del oficialismo.
Sin duda el mandatario es un caso para el estudio académico pues su popularidad y aceptación es la más alta de los presidentes recientes. No sólo en las encuestas, esto se refleja en las mesas de café donde al tocar temas de política, siempre hay defensores de la 4T, lo cual, sin ser estadístico, reconfirma los datos de las encuestas.
El domingo estuvo Claudia en Nuevo León y recibió un balde de agua fría en su agenda, creyó que reunirse con empresarios le sería sencillo y comprobó el vacío que éstos le hicieron.
El desprecio puede ser por ella, pero lo más seguro es que sea por su campaña de continuidad que disgusta a amplios sectores de la población.
Cierto que la imagen del gobierno federal es muy positiva, pero también tiene altos negativos en temas estratégicos. Justo en temas de inseguridad, desempleo, carestía de vida y corrupción el gobierno federal se muestra cada vez más débil, son aspectos en donde no se afecta a una persona sino a la colectividad.
Por mucho que alguien reciba su pensión o beca, olvidará todo lo bueno de la 4T cuando la violencia manche su hogar, cuando un cercano muera por secuestro o “daño colateral”, cuando sea víctima de la guardia nacional y nadie atienda su sufrimiento.
Claudia no puede blindarse contra el desgaste del sexenio, la opción es desmarcarse, pero al hacerlo se mete en terrenos del cambio, como lo hizo al hablar de la refinería en Cadereyta donde contradice el discurso oficial.
¿Podrá la ungida deslindarse de los negativos de su jefe?