Por: Gaspar Garza Gándara
En el béisbol, los jugadores suelen tener muchas costumbres, que le dan al juego un toque algo mágico.
Usan collares, medallas, amuletos y tienen costumbres como el no pisar las rayas de cal del campo de juego al entrar o salir del mismo, y algunos hacen dibujos con los spikes o con el bat en la tierra, al plantarse a batear.
En fin, tantos y tantos tabúes que el pelotero emplea y que hacen de la historia de los grandes jugadores el comentario anecdótico sabroso.
Así también hay jugadores que utilizan artefactos o siguen rituales que se repiten de generación en generación. Los hay también quienes utilizan a lo largo de su carrera el mismo guante, ese escudo que sirve al pelotero para detener los batazos que salen por su territorio, y también para protegerse de sufrir un pelotazo.
Con mucha imaginación y un toque de magia, vamos a enterarnos lo que nos cuenta un guante de beisbol de un gran pitcher mexicano. Nos olvidamos de lo irreal y a dar rienda suelta a la imaginación, para animar a ese guante y escucharlo:
“Fui parte de la materia viva, y en una asombrosa metamorfosis fui transformado de la piel de una bestia, en un implemento de trabajo de un deportista: soy un guante de Béisbol.
Hace ya muchos años me colocaron en un escaparate de una tienda y de ahí fui adquirido por quien hoy es mi dueño. Dejé mi lugar pasivo en un aparador, para comenzar a ser útil, sirviendo de protección a mi amo.
Un jovencito de escasos 16 años me adquirió para practicar su deporte favorito. Y con deseos enormes de llegar a ser figura y cubrirse de gloria, un día me echó a una maleta y se lanzó a la aventura, dejando el terruño veracruzano sin el consentimiento de sus padres.
Días de zozobra y sufrimientos para mi dueño. Un constante ir y venir de un lado a otro, sin colocarse con firmeza en algún equipo profesional. Hasta que un día los Tigres de México lo hicieron vibrar en sus fibras más íntimas al contratarlo en 1957 e inmediatamente mandarlo a una sucursal del equipo en la Liga Central.
Las lágrimas de desconsuelo derramadas tantas veces, ahora eran de felicidad! Y esa felicidad poco le duró, ya que apenas había llegado al equipo, cuando enfermó y fue regresado, dándolo de baja.
Así, con un comienzo incierto, empezaba su carrera profesional, con muchos sufrimientos.
Pero el Creador le tenía reservado un sitio especial, y su pequeña estatura y débil físico albergaban un diamante en bruto oculto en su brazo derecho.
El año de 1959 fue para mí poseedor una temporada inolvidable: de nueva cuenta un equipo de la Liga Mexicana se fijaba en él, y pronto estaba ya enfundado en el uniforme de los Petroleros de Poza Rica, para terminar esa temporada con el Águila de Veracruz y con un récord de 8 juegos ganados y nueve perdidos.
Tres años estuvo con el club veracruzano y después empezó a caminar el sendero del estrellato al firmar contrato con los Diablos Rojos de la capital del país, donde mi dueño saboreó constantemente las mieles del triunfo.
Su primer campeonato llegó con este equipo en 1964, con el “Sargento” Tomás Herrera como manager. En 1967 alcanzó las 100 victorias. Logró triunfos internacionales sobre los equipos ligamayoristas de los Yanquis de Nueva York y los Indios de Cleveland, en juegos de exhibición. Vendría luego su segundo campeonato en 1968, una corona salida de su brazo de lanzar, al ganar el juego definitivo.
¡Cómo vibré junto a él en cada juego! En cada inning, en cada pitcheada, qué él estudia detenidamente antes de cada wind up.
Íbamos alcanzando la madurez juntos. De aquel muchachito enfermizo no quedaba ya nada.
Había embarnecido y yo, su guante, me había amoldado a sus manos, formando una pareja armoniosa!
El romance con los Diablos terminó después de muchas temporadas, para marchar a Saltillo, la capital de Coahuila en 1971. Pero los Saraperos lo dejaron ir cuando los Cafeteros de Córdoba se interesaron en él en 1972 y de nuevo el estado de Veracruz lo cobijaba al contratarlo, y llegó por la puerta grande, con un nuevo título para Córdoba que dirigía Mario “Toche” Peláez.
Las 200 victorias en la Liga Mexicana lo sorprendieron en la temporada de 1975, cuando tuvo récord de 15-8 en ganados y perdidos…. y seguía su carrera, a pesar del paso de los años.
Luego en 1980 el equipo de Cafeteros cambió de sede y se fueron a jugar Reynosa, Tamaulipas, en una temporada que fue suspendida por huelga de los jugadores de la liga, pero de nuevo emigramos a la capital del país. Estábamos de nuevo en el club de los grandes triunfos: el México, los Diablos con los que un día él empezó a escalar los peldaños que sólo suben los consagrados!
Con el dominicano Winston Llenas de manager de los Diablos Rojos, vino otro campeonato en 1981, en una emocionante Serie Final contra los Broncos de Reynosa, y mi poseedor ganaba el séptimo y definitivo juego, tal y como lo había hecho con los Diablos en 1968.
La temporada 1982 es histórica para su récord personal, porque llegó a 300 victorias ante los Astros de Monclova, para de paso situarse en el lugar más alto, casi inalcanzable para los demás pitchers que estaban activos. 300 juegos ganados, se ven tan lejos para los demás!
Hoy quise recordar el pasado y el presente….de la larga carrera que inicié hace ya muchos años, con un pequeño muchachito….Y no quiero pensar en el futuro, porque quisiera seguir activo muchos años. Y sentir el calor del triunfo y el frío de la derrota.
Pero sé que tarde o temprano volveré a estar en un escaparate….no de una tienda, de donde provengo, sino del Salón de los Inmortales del Beisbol Mexicano, porque pertenezco a un gran hombre, a un señor pitcher….soy un guante veterano, un guante de 25 años….SOY EL GUANTE DE RAMÓN ARANO!!