Hace mucho tiempo me propuse leer la Biblia como cultura general; después de todo, ¿cómo podía opinar de algo que nunca había revisado apropiadamente?
Y por pura lógica, me pareció que siendo el libro más vendido del mundo y de todos los tiempos, mínimo debía conocerlo.
Y aunque me intrigaba, mis ojos estaban velados como cuando asombrado contemplas el horizonte frente al mar.
Tiempo después tuve un encuentro personal con Cristo en medio de una gran necesidad y me invitó a no quedarme solamente en la playa sino a caminar sobre las aguas y de vez en cuando, sumergirme en medio de ellas para descubrir el vasto océano de Su sabiduría, amor y poder.
Y descubrí lo perfecta que es la ley del Pentateuco, la historia de Josué, los Jueces, los Reyes y esa extranjera moabita llamada Rut que se aferró a la fe y su historia de amor nos conmueve. Ester y Job confrontaron mi valor y mi fe en el tiempo de las pruebas.
Me sumergí en la música de los Salmos que me hicieron explorar todas las emociones y aprender a dominarlas; en los Proverbios que con sus sabios twits cimbraron mis costumbres; la poesía erótica del Cantar de los Cantares que corona el regalo de bodas de Dios para el hombre y la mujer y el Eclesiastés maduro que me me obliga a ubicarme y concentrarme en las cosas verdaderamente importantes.
Los evangelios me hicieron ver el poder de Cristo en acción, el Dios que se despojó de sus privilegios para hacerse como yo, dominando los elementos, sometiendo demonios, sanando enfermos y liberando a cautivos pero sobre todo, ¡resucitando muertos!, amando y perdonando sin condición hasta la muerte.
El nacimiento milagroso de la iglesia, la transformación de Pablo y el dominio Propio de un Pedro que había sido todo lo contrario un hombre sabio, los hermanos de Jesús, Judas y Santiago, ahora testificando sobre su deidad y la gran revelación para los últimos tiempos, que como el vino en las bodas de Caná, Dios reservó para el final en Apocalipsis.
Desde entonces la he leído y releído, mínimo una vez al año, y cada día me sorprendo, como Dios usa la Escritura para iluminar las tinieblas e inspirarme vida cuando desfallezco.
Lee la Biblia, leéla paciente y ordenadamente y si quieres sumergirte en ella, pide a Dios la capacidad de hacerlo con humildad y prepárate para descubrir que aunque vives en el mundo, ya no perteneces aquí.
¿Crees esto? Habla con Dios, lee la Biblia y descúbrelo. Solo la Verdad nos hará verdaderamente libres.
2 Tim. 3:16
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