Gerson Gómez Salas
Desde sus vacaciones europeas pontifica contra los libros de educación básica. En su yate regala tarjetas de 100 mil pesos de Banco Azteca.
Ricardo Benjamín Salinas Price, CEO, billonario excéntrico, también obsequia a los jóvenes soñadores, motocicletas, el mismo modelo utilizado por sus cobradores y por los sicarios de los carteles del crimen organizado.
El ilustre Salinas Price es esquivo. Les llama invertidos, perversos y comunistas a sus detractores.
Ama a los animales por encima de sus trabajadores. Les llama lomitos a los canes. Ese es su acto de contrición moral. Permite dormitar en los pasillos de las tiendas. Darles agua y alimento.
Ricardo no es un buen hombre. Contrario a sus antecesores. Beneficiario de la impunidad. Fuma de las colecciones de habanos más delicados y caros del mundo.
Podría, si lo deseara, sacar de la contienda presidencial a Claudia, a Xóchitl y a Beatriz. Odia a quienes llama gobiernícolas. Envía desde su cuenta de Twitter comentarios para terminar con la diversión.
Por su estatura de entreperneur, si lo deseara, la oposición no le regalaría la posición de senador plurinominal, gobernador de la ciudad de México.
Lo alentarían a la candidatura presidencial. Sus competidores, algunas bacterias en el caldo de cultivo financiero, sumarían la festividad de los planes en el Palacio Nacional.
Solo existe un empresario capaz de competir con el Tío Richie: Carlos Slim. El brillante intelectual de extender por encima de los 70 años la jubilación.
Esa sería una competencia de altura. Con seguridad terminaría en los tribunales internacionales. Como acostumbran a litigar para no pagar. Las lagunas legales, para ambos, son su mejor estilo de vida.