Gerson Gómez Salas
Nos representan en un concierto mundial. La organización de las Naciones Unidas. Plataforma en ocasiones subjetiva. Llevada por el concilio del gabinete de seguridad. Boom. Ahí viene el estallido nuclear. La sombra del ángel exterminador.
Algunos de los organismos afines en educación, salud o alimentación, dictan pautas para el entramado de las abundantes quejas.
La ONU con sus colaboradores, los cascos azules, pasean entre las zonas de conflicto. Gozan, contados momentos, de salvoconductos.
Abrieron las puertas a dictadores. Les permitieron democráticamente hablar en el pleno. No solo a los socialistas. También a los más fieros lobistas y brókeres de las empresas multinacionales.
En su agenda 2030, entre la equidad de credos, sexualidad, índices de felicidad y distribución de trabajo, nos coloca en el desamparo con las partes tradicionales.
Se alinean con quienes tratan de imponer cada uno de los vicios personales.
Griegos, latinos y espartanos, comunidad internacional, al filo de la espada de sus resoluciones. La reflexión invertida. Conquistado el reino del consumo criminal de bienes.
La Organización de las Naciones Unidas necesita de una poda generalizada. De los artículos y principios base. También de los filósofos consonantes a su servicio.
Cada pasaje cotidiano coloca las señales homicidas. El crimen organizado carece de fronteras. Se ha extendido a lo largo del planeta. Las tempestades de las farmacéuticas, las fuentes de empleo, los desperdicios humanos y cada uno de los consumidores de drogas legales y prohibidas, son esos lunares obscenos en el rostro de la ONU. La pandemia de desigualdad entre quien muere, sobrevive y desahogados, cada día es mayor.
Otro día más en el paraíso. En las oficinas desinfectadas. El café recién molido. La agenda de la ONU sigue su curso. Va.