Gerson Gómez Salas
El bosque ha consumido a las caperucitas. Las dos principales carecen de convicción personal. Una navega con patente de científica. La otra, la impopular, habla como carretonera, se conduce llevada por el lavado cerebral de sus dueños.
Ninguna de las dos conoce los colmillos del lobo. Tampoco saben enfrentarlo. Inocentes al lente de los fotoperiodistas. Cada uno de los discursos, antes de heredar en vida, hartaron ya a los espectadores.
Las caperucitas tienen a la misma abuela enferma. Se llama sistema democrático. Sus dosis de medicina las regula el Instituto Nacional Electoral.
Con sus caperuzas de colores dividen el territorio donde vive la abuela. El lado norte para la multicolorcita. El lado centro y sur, el más poblado, para la favorita de los cariños filiales.
El lobo con sus socios empresarios soplan, soplan y soplan, para llevarse la casita de la abuela. Poco les importa si se queda la octogenaria en el interior. En otras direcciones el proceso de desahucio lo acompañaron los diputados, senadores, presidentes, militares y la fuerza policial.
Las caperucitas dicharacheras no están contentas. La abuela les contó la leyenda del leñador. Ese hombre multifuncional. Conoce a los lobos por sus nombres. Puede conversar con ellos sin la necesidad de la violencia. Los ahuyenta con el libro de piedra de la ley en las manos.
Xóchitl, Claudia y México, en la celebración del 15 de septiembre, puede y debe dar el ejemplo, la oportunidad, para limpiar las boletas electorales, incluyendo al leñador, el ex canciller con aires de familia democrática.