En el mundo de las finanzas e inversiones, la elección entre el rendimiento simple y el compuesto es una decisión clave que puede tener un impacto significativo en el crecimiento financiero.

“Cada uno tiene sus propias características y aplicaciones, y la elección depende de los objetivos financieros y circunstancias personales”, declara Alberto Martínez, CEO de DIAM, fondo de inversión que busca entregar a las personas el poder de construir su futuro, una inversión a la vez.

Rendimiento simple: la medida inicial

El rendimiento simple es la forma más básica de medir una inversión, ya que se calcula tomando la diferencia entre el valor final y el valor inicial de esta, para luego dividir la diferencias entre el valor inicial, dándote el rendimiento final de la inversión.

Este tipo de rendimiento es recomendable para:

1. Inversiones a corto plazo: Si se está evaluando el rendimiento para que se mantenga por un periodo corto, por ejemplo, la compra y venta de acciones en un plazo reducido. 
2. Proyectos de negocios temporales: cuando se está considerando la viabilidad financiera de un proyecto a corto plazo. 
3. Inversiones de alto riesgo: cuando se está dispuesto a asumir un alto riesgo y se necesita una evaluación rápida de posibles resultados. 

Rendimiento compuesto: El poder del tiempo

Por su parte, el rendimiento compuesto toma en cuenta el crecimiento continuo de una inversión en un periodo de tiempo mayor. A diferencia del simple, éste considera no solo las ganancias o pérdidas iniciales, sino que también los intereses generados por a lo largo de múltiples periodos.

“El rendimiento compuesto es especialmente poderoso a largo plazo debido al interés compuesto. Cuanto más tiempo se mantenga una inversión, más significativo será el impacto del rendimiento”,explica el CEO de DIAM.

Este tipo de interés es especialmente recomendable en inversiones que tengan vehículos financieros prolongados o para aquellas personas que busquen construir un fondo de jubilación con el paso de los años.