Gerson Gómez Salas

Se dedicaron a engrandecer las minucias. A las insignificancias, en actos de poderes sobrenaturales. Los colmaron de calificativos embadurnados. Ximena Peredo es uno de esos personajes lisonjeros y mal intencionados.

Pasó de la consigna destructiva, en la mesa de redacción, a perder en las urnas, para representar la zona poniente en el congreso local.

En el reacomodo, en la feria del empleo del gobernador electo Samuel García, le propuso, con el visto bueno de la familia Junco González, la secretaría de Participación Ciudadana.

Sus ideas, como muchas de las improvisadas en estos dos años, navegan en la banalidad, en jardines de señoras ricas.

Les cae bien su rostro afable, donde esconde una gran cantidad de fracasos personales, en horas con el psicoanalista y en el psicodrama de sus actos civiles, pasados por agua.

Ximena es altiva. En la retorica de sus argumentos, de postfeminista al amparo del poder, ejerce con desdén, en el corrillo de sus subordinados, hasta el encargo del cuidado de sus menores como guardería.

La parte más visible de sus contradicciones, beneficiaria hasta de los dineros públicos, en las redes sociales, posicionando como activo para el 2024, por encima de la regionalista morelense, la mexicanísima promotora de las monedas virtuales, la senadora Indira Kempis, con quien no comparte muchos puntos de vista.

Topa ya en el techo de la paciencia, de su labor de relumbrón, el asunto serio, de sus dichos detonantes del me too noreño. Donde se distrajo la atención de la secta NXIM de sus empleadores. Para destruir la vida, obra y familia, de quien alevosa, le llamó depredador. Y que amparo en mano, sin ninguna prueba, hoy sostiene un encuentro más en los tribunales.

Todo, para no pagar los 20 millones de pesos de restitución por la difamación. Su prestigio de activista o de comentarista, ojo, no de editorialista, se fueron al drenaje. Aún aparezca en banners del Nuevo Nuevo León.