Gerson Gómez Salas
Se hizo a la mar. A conquistar nuevos territorios. En su imaginación, en la de sus acompañantes, el peso de la campaña. Ulises tardó más de la cuenta para regresar a Ítaca.
Todo en el reino cambió. Ni siquiera sus súbditos le fueron fieles.
Aplicado al presente, la fábula de Ulises se aplica a la del gobernador de Nuevo León, Samuel Alejandro García Sepúlveda.
Como Marco Polo en China trae la ruta de la seda. En su bolsa vienen promesas de billones de dólares. Fantasías y maquinaciones de una mente trastornada. El efectivísimo del paseo, de la conquista inversa, embauca a los ingenuos.
A ellos los convierte en el oro de los tontos. Les guiña al empresariado decaído y empobrecido del norte. Ellos ya vendieron todo el trabajo de sus bisabuelos. Pasean entre Las Vegas, la Isla del Padre y en los affaires accidentales con mujeres del este de Europa.
Samuel les cae como anillo al dedo. Prometió, como Ulises, Marco Polo y hasta Cristóbal Colón, perlas para la virgen, sedad para las damas y especies desconocidas en el subsuelo.
La marca registrada incluye a la consorte veinteañera, inexperta en todos los sentidos. El plus, el agregado, el registro de la menor whitemexican, representante del perfil ascendente en un país mayormente mestizo e indígena.
García ya superó a todas las administraciones anteriores. Presume las obras de relumbrón sin apoyo de las finanzas federales.
Nuestra Ítaca está colapsada. Los techos financieros se agotaron desde agosto. Aún así presume del desarrollo mayor en cuarenta años.
Le urge irse a campaña por los 300 distritos electorales. Pedir permiso o perdón le da lo mismo. Deslindarse del desastre en puertas. Culpar a los chivos expiatorios, a sus prestanombres y a todos aquellos inicuos colaboradores de los dos años. Ya hace agua la administración.
La Ítaca de Samuel no es Nuevo León o la ciudad de México. Es la lógica del abonero, del organizador de las pirámides. Donde el poseedor de la cúspide huye con las ganancias. Hundir las naves de sus niveles inferiores.