dom. Dic 22nd, 2024


Óscar Tamez Rodríguez

La democracia es la construcción de consensos donde existen disensos, escribió Norberto Bobbio. Es el gobierno (del, por, para, desde, con) pueblo, escribió Giovanni Sartori y esa complejidad de preposiciones dificulta una definición tangible de la democracia. ¡Aún falta definir qué es el pueblo como equiparable a soberano!
La democracia sí es la tolerancia y convivencia de diferentes en una misma sociedad, con los mismos fines, pero con diferentes rutas para alcanzarlos.
La democracia sí es el respeto a la pluralidad social, étnica, de pensamiento y de concepción de la cosa pública en un mismo grupo humano cohabitando.
La democracia sí significa entender que siendo diferentes en lo económico, lo social y político, al convivir en una comunidad, estamos obligados a construir puentes que nos acerquen a los diferentes a través de las semejanzas.
En política todos tenemos opiniones divergentes, es difícil que en una misma familia todos opinen igual en temas de política, religión, educación y futbol. Algunas familias evitan estos temas, otras aprenden a respetar las diferencias y hasta ven un partido del clásico compartiendo los alimentos. ¿Por qué los políticos no pueden hacer lo mismo?
La democracia significa la construcción del bien común entre todos, por ello se dice que es el gobierno del pueblo, pero también para el pueblo, desde el pueblo y con el pueblo; para lograr este ideal es necesario que estemos dispuestos a abandonar el extremo de nuestras ideas y nos aproximemos a las coincidencias con los demás.
La polarización es el principio de la destrucción democrática, extingue los consensos y evita el avance como sociedad plural.
Pretender obligar que todos piensen igual significa extinguir al diferente, negarlo hasta destruirlo; esto es la muerte de la democracia y el principio del poder político autoritario o dictatorial.
Alguien escribió que la democracia es el imperio de las mayorías. Esto es real como retórica, pero aniquila la democracia. En el siglo XXI no puede existir una que sea sólo de mayorías, a menos que se viva en una sociedad como la norteamericana donde las diferencias ideológicas no son extremas, sino que en ambas fuerzas políticas (demócratas y republicanos) imperan los principios de constitucionalismo, democracia y libertades.
Las mayorías no pueden ser impositivas, tampoco son “el imperio en la democracia”. Deben ser conciliadoras, respetuosas e incluyentes de las minorías, pues en sociedades como la mexicana, son más las diferentes minorías que la única mayoría.
Urge anteponer el bien superior de salvaguardar la democracia por sobre los intereses de grupo. México y muchos países se ven amenazados por el abandono a la construcción de consensos en la cosa pública.
Hemos transitado hacia los radicalismos a pasos agigantados. Ejemplos muchos: Grupos religiosos insultan a otros sólo por no profesar la misma creencia, a tal, que en algunos de ellos señalan al presidente de ser masón como sinónimo de rechazo social.
Hay también los radicalismos en educación, un grupo impuso un contenido en los libros oficiales de texto sin consensuar a los diferentes, sin mediar. Las consecuencias son las mismas: disputas y rompimientos en la sociedad.
En política ni qué abundar; el país y el estado están inmersos en la política del rechazo, la de buenos y malos, donde cada quién puede elegir el bando pero, pensar diferente es motivo de ataques, bloqueos, vituperio y escarnio.
Son tiempos de sumar, de construir consensos, de encontrar las semejanzas. Es momento para reconstruir la democracia.

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