Gerson Gómez Salas
Se apacientan como ovejas. A lo largo de las avenidas con mayor circulación. A partir de la zona roja. La de los giros negros. En los barrios de mayor marginación. En los costados de los comedores de los menesterosos.
Han llegado de paso. Algunos de plano ya desistieron en su camino rumbo a la frontera. De subirse al tren. Viajar como moscas entre fierros retorcidos, maleantes y advenedizos de soldados del crimen organizado.
Duermen sobre cartones acomodados en hilera. La ciudad, en su downtown, desaparece del mapa antes de medianoche. Autoimponen el toque de queda. Hermanados por la necesidad. Escuchan en el azoro las historias de asesinos seriales de vagabundos y de los menos favorecidos del reino.
Quienes ya amachinaron pertenencias, en los extremos de los autoservicios de veinte cuatro horas, las tiendas de campaña. Duermen no, cuentan las horas con los ojos cansados, enflaquecidos y poblados de basura.
Aquí viene otra camada de aventureros. Hijos en brazos, sueñan con la tierra de leche y miel. Al otro lado del rio Bravo. Donde las boyas cortantes de un gobernador con exceso de celo nacionalista, prefiere ver los cuerpos putrefactos atrapados.
Todo el norte de México cuenta la misma historia. El mismo latido urbano. Acomódese a ver en su platea, su palco o en su butaca, la peor de las tragedias. Para nada necesita los lentes en 3D. Recuerde en el buen fin a todos ellos. Mientras mendigan a la puerta de los centros comerciales. A usted le sobra. A ellos, les falta todo.