Gerson Gómez Salas
Franquearon el paso al influencer. En sus programas de podcast, las participaciones de polémicas y de lo invisible, escondido entre las venas de la podredumbre.
No lo hizo en solitario. Sino con un peleador de artes mixtas. Por si alguno de los parroquianos le demostraba el verdadero significado de lo arbitrario.
Lo recibieron como toda una celebridad. Palmearon su espalda. Turismo del apocalipsis. En zonas tan desguarnecidas. Distintas por su realismo mágico. Escondite de quienes palian con cerveza económica, el mal sabor de los días en fuga.
Impuso retos tan volátiles y peligrosos para la salud. Incluso por encima de una generación de jackass. Ahí está la costumbre de quienes van en caída libre.
Por unos cuantos pesos, los desafiantes superaron lo insólito. La gentrificación del primer cuadro de la ciudad ya mutó a los transeúntes.
En el gimnasio centenario, todos los sábados, los conciertos de música de las tres huastecas. Para las dos de la mañana, al bajar la cortina del Factores Mutuos, los etílicamente adormecidos, solo les queda vagar.
Dormir en las celdas municipales de la policía de la ciudad. Con los bolsillos saqueados por los gendarmes. Si bien les va, con pareja, en habitación por horas. Ahí esta el talachero, el azulejero, el chalan de mil batallas.
Ya se divierte con la asistente domestica del barrio residencial. Luego cada uno por su lado. Con derecho a generar vida en el vientre. Regresar a la casa natal con otro hijo por mantener.
El ex conductor de televisión abierta sigue catapultando hasta el ridículo, a los indefensos punks. La música en el Betos Bar, la de Pink Floyd y la belicona de Peso Pluma, concuerda con la extinción de carriles, la ampliación de banquetas y la zona de guerra, de quienes van de paso, hasta el manicomio.