Por lo pronto
Por: Rodin
Sentados frente a frente en una tarde gris y fría, que pecaba de desagradable al medio entumecer nuestros cuerpos, y teniendo que ponerme encima un suéter y una chamarra invernal, iniciamos una delicada, reveladora y frustrada charla, mi amigo y yo, a quien llamaré por sobrenombre “Don Rencoroso”.
Llegó el joven mesero del tradicional hotel Ancira a nuestra mesa, que lucía un vistoso mantel. Nos ofreció el menú, el cual rechazamos para dar paso a solicitarle dos cafés: uno para Don Rencoroso, tipo americano y cargado de cafeína, ya que me comentó que andaba desganado de energía. Y yo, como siempre, pedí un brillante latte descafeinado para prevenir el ácido clorogénico.
De inmediato, le pregunté si el legado de la Revolución Mexicana (1910 y 1917*) había pasado de moda entre los mexicanos, es decir, si todavía el pensamiento ideológico se aplicaba en las funciones públicas. Aclaré que al mencionar la palabra “moda”, no me refería al vestuario de Emiliano Zapata, con su elegante ropa de charro, saco de gamuza en color negro o café, su tradicional sombrero de palma de soyate o de fieltro y botas al tobillo con brillantes espuelas, ni al de Venustiano Carranza, vestido con su uniforme militar gris de cuello alto y cerrado con botonadura dorada, botas a la rodilla y sombrero de fieltro, ni al de Francisco I. Madero, ataviado con su traje tipo frac de corte francés en color negro, sombrero de copa y botines de color negro al tobillo.
Dado que la vestimenta durante el conflicto revolucionario desempeñó un papel importante para diferenciar a los bandos en el campo de batalla y destacar la personalidad de los líderes, regresé a la pregunta principal. Don Rencoroso se quedó pensando y, al segundo parpadeo de sus sombríos ojos cafés, me respondió que en la actualidad, el pueblo mexicano no está consciente del poder que posee. No solo elegimos a nuestros representantes, sino que también podemos destituirlos cuando dejen de velar por los intereses de la nación. Le respondí que tenía mucha razón, pero que no se desviara de la pregunta principal. Frunció el ceño y, con voz de enfado y temblorosa, confesó que solo la gente mayor, como él, sabría conducir un gobierno con profundas raíces revolucionarias.
Me recordó que fue en las luchas del pueblo alemán (antes Prusia), bajo el pensamiento del joven Karl Marx, donde se sentaron las bases del pensamiento revolucionario en la crítica al capitalismo. Desde entonces, a lo largo de la historia, han ocurrido procesos en todo el mundo en los que estas ideas han estado presentes, incluso en los días más oscuros de la humanidad y en los momentos más inexorables de la dominación burguesa.
Continuó diciendo que nuestras actuales generaciones, tan exprimidas por el capitalismo mundial, con su resistencia siempre rejuvenecida, los movimientos populares y los deseos de cambio social consecuente con nuestras perspectivas, impulsan y vitalizan el desarrollo del pensamiento propio de carácter anticapitalista.
Por otra parte, reconoció que el PRI, antes PNR y PRM, mostró una ideología nacionalista reflejada en la expropiación petrolera, la formación de una industria eléctrica nacional y la expansión de las empresas del Estado. También mencionó la creación de sistemas de salud y alimentación.
Para concluir nuestra charla, no sin antes pagar la cuenta con propina, Don Rencoroso, con semblante de tristeza y decepción, me alertó sobre la necesidad de seguir impulsando el pensamiento revolucionario entre los jóvenes, dada la escasez del mismo. Recordó las proezas de los hermanos Flores Magón, de Luis Cabrera Lobato, Heriberto Jara y Francisco I. Madero, de Juan Sarabia, Antonio I. Villarreal, entre otros, quienes buscaban terminar con la estructura del Estado oligárquico porfirista hasta sus cimientos y crear un Estado democrático con justicia social, nacionalista y antiimperialista, con la participación inclusiva de la población en los asuntos del gobierno.
Antes de ayudarlo a salir de su silla en el restaurante, me dijo que le daba lástima que en la actualidad los jóvenes diputados, alcaldes y gobernadores, afiliados a diversos partidos políticos, no supieran ni entonar el himno nacional, y mucho menos conocieran las leyes que se aplican en nuestro país. Añadió que no reconocían el esfuerzo titánico de las instituciones del estado al abrir la brecha generacional en diversos rubros, pero que, eso sí, creían arreglar el mundo con el celular. Solo les importaba ser el artículo del momento y salir vestidos con la última moda en las noticias.
Finalmente, nos dimos un afectuoso abrazo, no sin antes recomendarle que fuera al médico para que le revisaran el azúcar y la presión.
Comentarios a rodin2511@hotmail.com
*Actualmente no existe un consenso sobre cuándo terminó el proceso revolucionario. Algunas fuentes lo sitúan en el año 1917, con la proclamación de la Constitución mexicana; otras en 1920, con la presidencia de Adolfo de la Huerta; o en 1924, con la de Plutarco Elías Calles. Incluso hay algunas que aseguran que el proceso se extendió hasta los años 1940.