sáb. Dic 21st, 2024

Óscar Tamez Rodríguez
Hace tiempo escribí sobre el populismo, sus peligros y cómo este malestar no tiene identidad ideológica, los puede haber de derecha o izquierda, todos tienen en común su mesianismo y actitud autoritaria.
El tema cobra vigencia por el triunfo del populista de derecha Javier Milei en Argentina. Milei ganó con discursos seductores frente a la realidad deprimente del peronista.
En campaña electoral todos los candidatos son populistas, quien no lo sea difícilmente gana la contienda. Tenemos casos como Francisco Labastida, Josefina Vázquez y José Meade quienes pierden la elección por utilizar discursos realistas y mesurados frente a populismos inviables y por momentos frenéticos.
El discurso populista es fácilmente identificable: en su estructura contiene elementos que lo hacen inverosímil; va dirigido a las pasiones, las emociones exacerbadas; racionalmente es inviable su realización y se dirige a la masa más que a las élites quienes frecuentemente son motivo de agresión por el populista.
Si recordamos elecciones previas, veremos cómo el populista hizo promesas inalcanzables, por ejemplo, acabar con la pobreza en forma total, en 15 minutos resolver los problemas del país o eliminar la violencia sin balazos.
El mensaje populista está encaminado al hemisferio de las emociones en el cerebro. En el ciclo de la comunicación efectiva en campaña, el primer paso es que los ciudadanos conozcan al personaje, nadie vota al desconocido; el segundo momento es el convencimiento y el tercero el del compromiso del ciudadano con el candidato.
El mensaje emocional es convincente, utiliza verdades a medias, recurre a posicionar al populista en condiciones similares a las del pueblo, recurre a expresiones que provocan empatía del escucha con el hablante.
Es tal el convencimiento que se logra un compromiso personal e indivisible entre el emisor y el receptor del mensaje. Por ello vemos en los chats y otras redes sociales, cómo hay personajes que no se involucran (porque no conocen o no están convencidos), pero otros capaces de ofender, denostar, perder amistades por defender su verdad con relación al candidato de su preferencia, estos están comprometidos.
El momento de compromiso con el candidato es de ceguera, nada mueve al ciudadano en su entrega, no hay verdad que le cambie de opinión. Es el caso que se vivió en 2018 entre el ahora presidente y sus fanatizados seguidores, que como se observa, cada vez son menos pues se rompió con algunos, ese vínculo al descubrir que el mensaje emocional no es congruente con las acciones.
El mensaje es verbal o no, cuando el candidato hace un gesto de rechazo al cargar a un menor, esa imagen puede ser más lapidaria e irreversible que todos los discursos.
Pierre Rosanvallon en “El siglo del populismo” establece que los populismos se alimentan de los rechazos a los malos resultados en los gobiernos. Sin embargo, cuando están en el poder, los populismos mantienen vigente al enemigo que exacerba los enconos, en el caso de México, las élites ricas, los poderosos, los aspiracionistas, quienes tienen mejores condiciones de vida que el promedio, estos son motivo del ataque populista.
Al populismo lo acrecientan por omisión los mismos partidos tradicionales que se sitúan en el anacronismo, los arcaísmos y su proceso de fosilización, como refiere Rosanvallon. Los partidos en su anquilosamiento no corresponden a la sociedad en la que se encuentran pues ésta ha cambiado.
Las condiciones están dadas para que surjan candidatos populistas, yo veo populismo en las tres propuestas vigentes.

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