sáb. Ene 4th, 2025

Óscar Tamez Rodríguez

La forma en la cual se ha comportado la naturaleza en los recientes años es un aviso del daño que se le causa con el modo en cómo la tratamos los seres humanos.

Tenemos sequías, veranos ardientes y secos, primaveras y otoños sin lluvias e inviernos calurosos; esto no es el clima original de la región, lo estamos alterando y debemos poner atención en el daño porque los perjudicados seremos nosotros mismos.

No se trata de catastrofismos ni de ser aves de mal agüero, pero tenemos un problema serio y debemos entrar todos a su solución pues todos lo sufrimos.

Leyendo las crónicas de Alonso de León publicadas por Israel Cavazos Garza en su libro Historia de Nuevo León, reflexiono que ese clima es el que conocí y en el cual crecí hasta finales del siglo XX.

Alonso de León escribe que su clima (el del Nuevo Reyno de León, hoy Nuevo León) es templado con tierra apropiada para el cultivo y la ganadería. Agrega: “Tiene invierno y verano, y esos con tanto extremo, que el uno es demasiado frío, y el otro en extremo caliente”.

El calor de verano persiste a la actualidad, pero los inviernos fríos parecen haberse alejado de la región. Recuerdo la infancia y hasta la adultez primera, los inviernos eran fríos y llegaban a excesos muy considerables.

Por citar, en diciembre de 1983, el 24 del mes la temperatura bajó hasta 10 grados bajo cero, recuerdo estábamos en familia y desde las cinco o seis de la tarde, en la medida que avanzaba el reloj, disminuía la temperatura en un grado.

Al siguiente día había que ir a recorrer las huertas de naranja, el daño inmenso, tal como reporta Alonso de León, la nieve permanecía en los árboles al día siguiente de caer, en el caso de 1983, era lo que se denomina hielo negro, igual éste seguía en los árboles a los que dañó irreparablemente.

En 1985 repitió otra helada similar, de las chorreras en las casas colgaban estalactitas de hielo, agua que se congelaba al caer de los techos; recuerdo cruzar caminando el puente Félix U Gómez a eso del 23 o 24 de diciembre, no había transporte urbano pues en ese sitio el hielo había convertido en patinadero la banqueta y el pavimento.

Podemos hablar de la nevada (agua nieve le llaman algunos) de 1989 cuando estuvimos a eso de 4 o 5 grados bajo cero. Algo que resultaba cotidiano en los inviernos. Hoy día tenemos años sin inviernos “crudos” sin la presencia de la temperatura a bajo cero. Hace unos años hasta tuvimos temperaturas veraniegas la noche de año nuevo.

Ha cambiado el clima que cita Alonso de León, los septiembres no son tan llovedores que haga “crecer los ríos”. Tanto que tenemos al menos 4 o 5 años sin lluvias fuertes en septiembre.

Nuestro clima ha cambiado, con ello las aguas pluviales y de mantos acuíferos; la razón es variada, la tala de árboles en zonas boscosas, la falta de siembra de éstos en las casas donde se encementan los patios y se clausuran espacios de absorción.

La mancha urbana tiene una dimensión mayor a 65 kilómetros de norte a sur y casi igual de oriente a poniente; donde había árboles, arroyos, ríos o plantaciones, hoy tenemos un tendido de casas.

Necesitamos replantear el progreso para empatarlo con la sostenibilidad, entender que no hay agua suficiente para el consumo que se demanda, comprender que entre más casas se hagan en las zonas verdes, menos árboles nos quedan.

Demanda la ciudad una ley de desarrollo urbano y ecológico que nos proteja de nosotros mismos, que cuide a los nuevoleoneses de los nuevoleoneses.

Aún podemos salvar el daño, quizá sea tarde para revertirlo, pero sí podemos contener el deterioro.

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