Raúl Guajardo Cantú
En estos días en los cuales el gobernador Samuel García se desplazó a Nueva York para participar en la reunión de la ONU que busca analizar los llamados objetivos del milenio, los objetivos de 2030, nos llamó la atención cómo el gobernante naranja asume cual hechos consumados algunas acciones que no pasan de ser buenos deseos.
Y nos llama la atención porque pareciera que el gobernador desea seguir el modelo que utiliza el presidente López Obrador en el nacional, para aplicarlo en el ámbito local, con notorias diferencias, si hemos de ser sinceros. No se puede comparar la capacidad y trayectoria política de uno y otro, sería un despropósito hacerlo.
Para empezar, el talento y experiencia de AMLO no tiene parangón con el de Samuel García, de hecho, este parece confundir la realidad con los resultados que se presentan en las redes sociales, en el mundo virtual.
Samuel parece creer que con el hecho de declarar que algo ha sido llevado a su ejecución resulta suficiente para que en la práctica ello sea realidad, pensando, suponemos, en que de una forma análoga actúa el presidente López Obrador.
Hay, sin embargo, una diferencia enorme que parece que Samuel no alcanza a distinguir ente la forma en que actúa el presidente con la actuación propia.
Sí bien el presidente declara muchas cosas que aún no han sido llevadas a la práctica, el primer mandatario se ha cuidado de generar una plataforma “de tierra”, en la cual se pueden destacar muchos logros que resultan importantes para los ciudadanos.
Es el caso de los programas sociales. Samuel, por poner un ejemplo, pone de manifiesto que la crisis del agua ha llegado a su fin, pese a que no puede considerarse un logro gubernamental, sino una situación que tiene más que ver con el azar climático y no con acciones propiamente de gobierno. Contrario a lo que sucede en el plano federal en el cual, si bien los apoyos en efectivo pueden no ser suficientes para salir adelante en el ámbito de la pobreza, por lo menos dejan dinero constante y sonante en los bolsillos de aquellos que lo requieren y esto no puede ser achacado al azar.
En otras palabras, pareciera que Samuel considera que el uso de las redes sociales y de las llamadas “campañas de aire” son suficientes para atraer el visto bueno de la sociedad, sin ponerse a considerar que además de esas campañas de aire se debe realizar un trabajo de tierra, que complemente aquello que se puede encontrar en las redes sociales o en el llamado metaverso.
Hablamos de un trabajo en diferentes planos de la realidad que puede ser considerado por sus beneficiarios como real y no solo como simples promesas que a nada conducen o en nada mejoran su calidad de vida.
Si no se entiende esta dualidad en el trabajo político, podemos considerar que no hay nada qué hacer, al menos no por parte de quien no entiende que prometer es una cosa que tiene fecha de caducidad, en tanto que cumplir, aunque sea parcialmente, genera la esperanza que muchos quieren tener.
Una esperanza que los propios políticos desearían mantener viva, por lo menos para su séptimo año de gobierno.