vie. Oct 18th, 2024

Charlas se taberna

Marcos H. Valerio

La carrera de Moisés Muñoz ha sido una montaña rusa de emociones, logros y momentos inolvidables, pero si algo ha definido su legado es la pasión y el compromiso por el fútbol.

El hombre conocido como “El arquero del milagro” no solo dejó su huella en los clubes donde militó, sino también en la memoria de todos los aficionados del fútbol mexicano.

Hablar de Moisés Muñoz es evocar aquellas tardes de gloria en las que el arco parecía inquebrantable. Uno de los momentos que más recuerda con orgullo es el honor de portar la camiseta de la selección mexicana. “Representa todo”, confiesa con una sonrisa, y no es para menos. Defender los colores de su país en el campo de juego es, para él, una experiencia que trasciende lo meramente futbolístico.

“No te pagan por jugar en la selección, pero es todo”, afirma, dejando claro que el privilegio de representar a México va mucho más allá del dinero.

En su memoria, los partidos más intensos y decisivos vuelven a tomar vida. Aquella final que les dio el pase a la Copa Confederación es, así como el repechaje contra Nueva Zelanda que les aseguró un lugar en el Mundial de Brasil 2014, o aquel amistoso contra Argentina, que de amistoso solo tenía el nombre, son solo algunos de los momentos que Moisés evoca con cariño.

Para él, cada partido fue una batalla, una oportunidad de demostrar por qué amaba tanto el fútbol, su mayor pasión en la vida.

Desde los inicios en las filas del Monarcas Morelia, pasando por Atlante, América, Chiapas y Puebla, cada club fue testigo de su crecimiento, de su evolución como portero y como líder en la cancha.

Pero su verdadera consagración llegó cuando se convirtió en un referente de la selección nacional. “Portar la camiseta verde es una de las mejores experiencias que he vivido”, dice, con la convicción de alguien que ha entregado todo por su país.

Moisés Muñoz, más allá de sus hazañas, nos recuerda que el fútbol no es solo un deporte, es una forma de vida, una pasión que se lleva en el alma y que, aunque los aplausos eventualmente se apaguen, el amor por el juego nunca muere.

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