mié. Mar 12th, 2025

Cosas del Tony

Por: Antonio Sánchez Ramírez

Hace algunos ayeres, apareció en un comentario en el que se incluyó una alusión al lema de campaña de un candidato presidencial. El lema mencionado fue el de la campaña de José López Portillo, misma que se reprodujo tergiversada, no sé si a propósito, por error, por desconocimiento o por ignorancia.

Durante su campaña, José López Portillo enarboló el lema “La solución somos todos”, pero tras su incuestionable victoria (fue candidato único, pues no se presentó el registro de ningún otro candidato), el clásico ingenio mexicano se encargó de distorsionar el mencionado lema y en un virtual parafraseo lo trocó por: “La corrupción somos todos”.

Jean Jaques Rousseau, autor de “El contrato social”, en otra de sus obras señala que “todas las cosas que surgen de la naturaleza se nos brindan en su estado más puro, pero sólo es cuestión de que lleguen a manos del hombre para que se corrompan”. La corrupción no tiene religión, no tiene raza, no tiene partido, no tiene siglas, no tiene colores, vaya, ni siquiera tiene nación.

La corrupción surge en donde existan las condiciones suficientes para que germine, independientemente de la posición social o la filosofía política del individuo. Se hablaba de 70 años de corrupción cuando vino aquel cambio en que el otrora “partidazo” fue desbancado, pero nos dimos cuenta de que el parafraseo de la frase o eslogan campañesco lópezportillista había recobrado vigencia y tal parece que la corrupción ha adquirido carta de naturalización, pero mundial, pues se encuentra en todas partes, en todo el mundo.

La corrupción existe en todos los países y pese al grado mayor o menor en que se dé, la corrupción ES, vive, existe, se arrastra, vuela, se mezcla con los buenos propósitos y las buenas intenciones, porque los malos políticos infestan y enlodan a los partidos políticos, los malos funcionarios denigran a los gobiernos, de todos los niveles y en todas partes.

Existe en España una frase que nos muestra lo que pudiera ser la puerta que se abre para la práctica de acciones corruptas: “puesta la ley, puesta la trampa”… Esto es que, para cuando se aprueba y publica una nueva ley, ya existe el antídoto para ella, ya está la disposición a “sacarle la vuelta” al mandato legal.

En México, tenemos mil y un ejemplos de esto, toda vez que nuestras leyes están plagadas no de lagunas, sino de verdaderos océanos, mismos que son aprovechados por ingeniosos abogados que encuentran la forma de beneficiar a sus clientes evadiendo la acción de la justicia.

No existe el país perfecto. Estados Unidos no es la panacea, no es la perfección en ningún terreno: ni en lo económico, ni en lo político, ni en lo social. Un país que se precia de tener una economía fuerte, pero que al mismo tiempo es el país más endeudado del mundo, pues su deuda interna es mayor que la de todos los países de Latinoamérica (sólo su deuda interna), no es precisamente el paraíso; un país en el que la trampa electoral (sí, asómbrense, también hay trampas electorales), bien encubiertas bajo sospechosos esquemas en los que al final de cuentas no importa el voto individual, sino el colectivo, con lo que se lleva al poder a alcaldes, concejales, congresistas, gobernadores y hasta al mismísimo presidente, no es precisamente el paraíso de la democracia.

Por cierto, nada más echen un vistazo a los procesos electorales de nuestros vecinos texanos y se darán cuenta de que muy apenas se rebasa el 50 por ciento de participación ciudadana en las elecciones, señal de que el otro 50 por ciento ya no cree en la democracia “a la gringa”. Un país en el que se enarbola la bandera de las libertades y son los primeros en coartar las garantías individuales de sus propios ciudadanos, no se puede reconocer como ejemplo de libertad.

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