Óscar Tamez Rodríguez
La relación entre México y EUA parece un déjà vu que nos remonta al siglo xix, cuando el vecino del norte y otras potencias amagaron con invadirnos, bueno, dos potencias lo lograron.
En 1845 el congreso norteamericano declaró la anexión de Texas como el estado número 28 de esa nación, por tal motivo Juan Nepomuceno Almonte, hijo del general Morelos, abandona su encargo como diplomático mexicano ante el vecino país y extiende un extrañamiento que terminaría empujándolo para apoyar a los franceses.
Texas inicia su separación en 1835-1836 anteponiendo su rechazo al gobierno centralista y totalitarista de Santa Anna. Para Nuevo León y Texas el centralismo les robaba autonomía y recursos económicos.
El desenlace es la conquista sufrida entre 1846-1848. El triunfo de Winfield Scott y el ejército conquistador tuvo como aliada la fractura entre los grupos políticos mexicanos, los republicanos y monarquistas disputaban a tal grado que preferían victorias Pírricas a negociar o pactar entre sí.
El actual congreso norteamericano exige se indemnice y reparen daños a la empresa Vulcan Materials; si bien la demanda nace en 2024, revivió en el actual gobierno por la explotación de piedra caliza en forma indebida de parte de la empresa.
Es imposible no establecer un parangón entre la demanda del congreso norteamericano, la personalidad del presidente vecino y la situación política que vive México con la existente entre 1825 y 1867 en nuestro país.
En 1845-1846 el gobierno norteamericano ordenó la invasión de territorio mexicano bajo la excusa de defender sus intereses y los de sus connacionales asentados en Texas y otros sitios de suelo nacional; lo mismo pasó con la guerra de los pasteles cuando Francia invadió suelo mexicano.
El gobierno de EUA declara a los cárteles de narcotráfico como terroristas y al Estado mexicano como un estado fallido el cual está a merced de los grupos delictivos. Esta situación es la excusa ideal para que expresen en forma unilateral el derecho a intervenir en suelo o espacio aéreo nacional.
Lo sucedido en 1838-1839; en 1845-1846 y luego entre 1862-1867, debería servir de lección política para cambiar la estrategia divisionista del gobierno. Es tiempo de poner las barbas a remojar, el peligro de una intervención está latente y aunque para algunos pareciera catastrofista y fuera de contexto esta aseveración, lo cierto es que los vecinos no habían estado en décadas, tan interesados en expandirse como lo están ahora.
En la actual aplicación de la política interna y el divisionismo provocado desde 2018 hasta el presente, es de presumir que la oposición no necesariamente juegue de aliada con el gobierno, tampoco se les podría culpar de ello.
Todos los grandes pasajes de la historia nacional tienen como ingrediente el rencor de los políticos marginados o subyugados por el poder en turno. Lo mismo en la conquista española que en la norteamericana o la francesa.
En la geopolítica mundial, México se encuentra frágil y a merced de los expansionistas, de nada sirvió que el presidente anterior y el actual gobierno se declararan a favor de Rusia y sus abusos, hoy Putin y Trump son aliados. ¿En quién se cobija nuestro gobierno?
Para algunos parecerá exageración, pero los hechos ahí están y las condiciones geopolíticas son semejantes en condiciones internas y externas a lo sucedido hace 180 años cuando se perdió territorio.
La tormenta perfecta está en formación: divisionismo provocado desde el poder, un vecino intolerante y las excusas idóneas. ¿Déjà vu?
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