Por Rodin
Discúlpame hija
Si de repente me marcas y apresuradamente me dices: papá te llevo a Alana a tu casa.
Discúlpame hija si la hago reír, si la hago saltar de alegría al verme
Discúlpame hija si mi nieta. Tu hija, me abraza y nos brindamos cariño blanco. Discúlpame hija si me emociono al verla y estrecharla.
Cuando llegues a la casa, discúlpame, hija mía. Pero todavía no me la quites.
Ya que el sonido de tu voz resuena en el aire: “¡Papá, ya voy por ella!”.
Discúlpame, hija, si en ese instante la risa se escapa de mis labios, si la alegría se despliega como un ala al verla correr hacia mí.
Discúlpame, hija, si tu pequeña, mi nieta adorada, me envuelve en sus brazos, su fragancia a infancia.
Discúlpame, hija, si mis ojos se humedecen al sentir esa conexión, al estrecharla, al ser testigo del amor que me regala en cada abrazo.
Cuando cruza la puerta del depa, el aire se llena de una calidez especial. Las risas se entrelazan con los recuerdos, y el hogar se transforma en un refugio de momentos compartidos.
“¡Mira, Nono!” dice mi hija, mientras mi nieta agita un dibujo lleno de colores, cada trazo una historia, cada mancha de pintura un destello de su mundo. Discúlpame, hija, si me pierdo en la maravilla de su creatividad, si mis maduras manos acarician el papel, como si al tocarlo pudiera atrapar la esencia de su angelical infancia.
Discúlpame, hija, si la llevo a dar vueltas al parque, si la hago reír con historias inventadas, donde los cerdos como celestino son amigos y los castillos son de caramelo. Y en esos instantes, mientras ella ríe con esa risa pura, siento que el tiempo se detiene. Cada sonrisa suya es un regalo, cada abrazo un lazo que nos une de manera indisoluble.
Discúlpame, hija, si en esos momentos de felicidad, me olvido de las preocupaciones del día, si me sumerjo en el presente y dejo que sea la alegría la que guíe nuestros pasos.
Porque al final, en cada encuentro, en cada abrazo, descubro que el amor es eterno, que la familia es un lazo que nunca se rompe, y que, a pesar de todo, siempre habrá un rincón en mi corazón reservado para nuestra familia. Discúlpame hija si con mi nieta nuevamente te desobedezco. Si me detengo a ver esas series infantiles fantásticas de Miss Rachel y Luli Pamplin, donde los colores brillantes y las melodías pegajosas nos atrapan en un mundo de fantasía. Discúlpame, hija, si en un instante de locura recojo hojas de los árboles, esas que caen como susurros del otoño, y las unto en su ropa, creando una obra maestra de naturaleza y risas.
Discúlpame, hija, si me dejo llevar por la risa contagiosa de tu pequeña, si me desobedezco a mí mismo y encuentro placer en lo simple.
Si la agarro de la mano, sintiendo su energía vibrante, y juntos nos lanzamos en un charco de agua, donde las gotas salpican con cada salto, creando un arcoíris efímero en el aire.
Discúlpame, hija, si en esos momentos de inocencia y alegría, me convierto en un niño nuevamente, dejando que la felicidad nos envuelva como una manta suave y cálida.
Porque en cada travesura, en cada rayo de sol que se filtra entre las nubes, descubro que ser abuelo es un regalo, una oportunidad de revivir la magia de la infancia a través de los ojos de tu hija. Mi nieta.
Con amor.
NONO