mié. Ago 6th, 2025

Charlas de taberna

Marcos H. Valerio

En las páginas de “Crónicas de Banqueta, Manuel Vásquez nos invita a detenernos, a bajar la mirada y a posar los sentidos en un escenario que, aunque cotidiano, se revela como un universo vibrante y complejo: la banqueta. 

Esta obra, más que un simple testimonio, es un mosaico de vida, un lienzo donde se pintan las historias de una ciudad que respira, late y se transforma bajo los pasos apresurados o pausados de sus habitantes.

Xalapa, con su bullicio y su nostalgia, se desnuda desde la perspectiva de ese espacio aparentemente trivial, pero cargado de significados, que es la banqueta.

Manuel Vásquez, con una prosa que mezcla la crónica con el lirismo de una novela, nos sumerge en las aceras de esta ciudad veracruzana, donde cada grieta parece contar una historia.

 La banqueta, nos dice, no es solo un lugar de paso, sino un altar de lo humano, un escenario donde se cruzan los destinos de zapateros, panaderos, afiladores y burreros, esos personajes que, como ecos de un Pedro Páramo urbano, descienden de los cerros con su carga de tradiciones.

 A través de sus ojos, la banqueta se convierte en un espacio de resistencia, donde los tianguistas, cada vez más escasos, desafían la proliferación de los Oxxos y los X-24, mientras las tienditas familiares se desvanecen como recuerdos borrosos.

El autor no solo observa, sino que siente, huele y palpa la ciudad. Nos habla de los olores de la tierra húmeda que se mezclan con el asfalto, del silbato del afilador que corta el aire como un lamento, de las serenatas que resuenan en las noches y de los niños que, en otros tiempos, hacían de las calles su reino inofensivo y lleno de travesuras. 

Pero también nos confronta con la crudeza de la modernidad: los niños ya no juegan en las banquetas, los marginales encuentran en ellas su refugio, y los encajuelados, víctimas de la violencia, son arrojados allí como un recordatorio brutal de los tiempos que corren.

El autor, escribe desde la memoria y la imaginación, recordando su infancia en las banquetas de Xalapa, donde, junto a su hermana, inventaban historias sobre los transeúntes.

 Con un juego tan simple como observar cómo camina alguien o qué lleva puesto, los niños construían relatos que iban desde lo hilarante hasta lo conmovedor: 

“Ese que viene allí con cara de pendejo, parece que va cagado”, o “Aquel nomás tiene un par de zapatos, siempre pasa con los mismos”.

 En esas crónicas infantiles, narradas con una ternura que no elude la crudeza, se encuentra el germen de este libro. 

La banqueta, entonces, era un laboratorio de fisonomías, un espacio para reír, imaginar y, a veces, recibir el regaño de una madre furiosa.

Como en una novela de múltiples voces, “Crónicas de Banqueta” nos presenta a la banqueta como un personaje en sí misma: Neutral, democrática, sin ideologías. No le importa si la pintan de azul o si sirve de cama para los indigentes, de galería para el arte callejero o de escenario para los dramas cotidianos. 

Es el lugar donde se espera a la novia, al esposo con el coche encendido, o donde se aguarda horas por un trámite burocrático.

 Es el refugio de los franeleros, los limpiaparabrisas, los vendedores y, a veces, de los que operan en las sombras, como “el dealer” que hace magia para pasar desapercibido.

El libro de Manuel Vásquez no solo es un testimonio de vida, sino un canto a la observación, a la capacidad de encontrar lo extraordinario en lo ordinario.

 Cada capítulo es una puerta que se abre las entras de la banqueta, donde comienzan y terminan las historias, donde se condensan las conversaciones y se tejen los sueños. 

Es un recordatorio de que, en una ciudad que cambia a pasos agigantados, la banqueta sigue siendo un testigo silencioso, un espacio donde la vida se despliega en toda su complejidad: Desde las risas de los niños hasta los llantos de los desamparados, desde los amores fugaces hasta las tragedias imborrables.

“Crónicas de Banqueta” es, en esencia, una invitación a detenernos, a mirar con nuevos ojos ese espacio que pisamos sin pensar.

 Manuel Vásquez nos enseña que la banqueta no es solo un lugar físico, sino un estado del alma, un lienzo donde se escribe la historia de Xalapa y, por extensión, de todos nosotros.

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