vie. Ago 22nd, 2025

Luz María Ortiz Quintos

Se trata de la construcción del bien común, del ejercicio del servicio, y de la participación consciente en los procesos de toma de decisiones que configuran sociedades justas, ordenadas y pacíficas.

El verdadero liderazgo político se evalúa por la calidad de vida, tanto moral como material, de la ciudadanía.

La historia demuestra que, cuando la política se desvincula de la virtud, degenera en tiranía o desorden. En cambio, cuando se sustenta en la verdad y en la búsqueda del bien común, se convierte en una herramienta de civilización y progreso.

En este sentido, el ciudadano no puede adoptar un rol pasivo; le corresponde ser un agente activo en la construcción democrática. Guardar silencio ante la corrupción o la falsedad equivale a consentir su expansión. Del mismo modo, ejercer el voto sin discernimiento es comparable a entregar el resguardo del hogar a un desconocido, con la expectativa infundada de que lo protegerá.

La praxis política exige madurez: la capacidad de anteponer el bienestar de las generaciones futuras al interés inmediato. Olvidar que la autoridad debe ejercerse como un servicio, y que el poder no es un derecho absoluto sino un encargo temporal, implica una traición al principio ético de la vida pública.

Finalmente, tanto el político como el ciudadano son corresponsables ante su conciencia y, para quienes profesan una fe, ante Dios por el uso que hacen de su influencia y su palabra.

Gobernar de manera injusta es una falta grave; pero permitirlo, sin ejercer una resistencia ética y cívica, constituye una omisión de igual relevancia.

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