jue. Ago 28th, 2025

Gabriel Contreras

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Como si se tratara de los eslabones de una larga cadena…

Conforme se suceden los años y los siglos, la imaginación humana se ha transformado brillante o ferozmente. Todo ha ido sucumbiendo a las fuerzas del cambio.  Y en esos incontables capítulos, desiguales y a veces un tanto turbios, el hombre se ha dado a la tarea de construir minuciosos y ambiciosos relatos que se dieron el permiso de girar en torno a la creación y el despertar de seres “artificiales” o “novedosos”. Frutos todos del encuentro entre la voluntad y el ingenio.

Entre los más célebres productos de ese ciclo al parecer inagotable, destacan por supuesto Adán, la criatura del Doctor Frankenstein, el Golem y Pinocho, figuras que, desde la óptica de diferentes tradiciones y géneros, contribuyen a explorar los límites entre el creador y la criatura, la posible distancia entre vida y artificio, la lejanía que existe -o en todo caso tendría que existir- entre humanidad y monstruosidad. Ese es el punto que ahora mismo me parece inquietante y llamativo.

Orígenes e identidad

Adán, según nos lo muestra la tradición judeocristiana, fue creado como producto del polvo por Dios, quien hizo de pronto un esfuerzo personal y lo confeccionó a la manera de una artesanía con dimensiones bíblicas.

De manera tal que ese nacimiento marca, vaya compromiso, el inicio de la historia de la humanidad, y simboliza al mismo tiempo la aspiración de comprender el propósito mismo de su estancia en este gran escenario que es el universo. 

De manera un tanto análoga, la criatura del Doctor Víctor Frankenstein, a la que muchos conocen como “El monstruo”, fue generada a partir de una sumatoria de ambiciones científicas, y surge en un mundo que le resulta evidentemente ajeno y hostil, un teatro terrible en el que su mayor deseo es entender el por qué de su existencia, y de alguna manera… hallar compañía. Asi entonces, la Criatura va por el mundo enfrentando el rechazo de quien lo creó.

En otro territorio y en un contexto cultural marcado por la cultura judía, ahí tenemos a el Golem, extraído del barro gracias a la intervención del rabino Loew en la leyenda praguense. Es una figura destinada a proteger, pero que pronto enfrenta la problemática de la autonomía y la falta de alma. Entre sus posibilidades se encuentra la habilidad de barrer, pero ninguna destreza excepcional o admirable, solo el don de barrer el piso y punto y aparte.

Pinocho, una marioneta esculpida de madera por el carpintero florentino Gepetto, inicia su aventura como un muñeco animado que anhela convertirse en una persona de verdad. 

En todos estos casos, la criatura proviene de un estado inerte: polvo, barro, madera, o materia muerta. El impulso de sus creadores —Dios, Frankenstein, Loew, Gepetto— es insuflarles vida, y con ello intentar traspasar los límites de la naturaleza.

Los vinculos con el creador

Cada una de estas historias finca un diálogo que expone la tensión entre el creador y la criatura. Adán, esclavo de su propio destino mítico, vive bajo la tutela divina, pero en algún momento desafía las reglas impuestas, lo que lleva a la expulsión del paraíso. 

El monstruo de Frankenstein, en una historia igualmente dramática, experimenta el abandono y la incomprensión del profesional de la medicina que le inyecta vida a través de la electricidad, y esa acción se despeña en un horizonte de tragedia y venganza. 

El Golem, una vez animado en esa famosa sinagoga de Praga, se convierte en un artificio sin voz propia, sujeto a las órdenes de Loew, y cuando escapa al control de su creador, todo empeora y debe ser destruido. 

Pinocho, por su parte, oscila entre la desobediencia infantil y la búsqueda de aceptación, hasta lograr la transformación definitiva en un niño real gracias a las fuerzas del amor y el arrepentimiento.

Los dilemas sobre la mesa

Estos relatos nos plantean preguntas profundas sobre el acto de crear vida: ¿Hasta dónde puede aspirar una persona a imitar a lo divino? ¿Qué responsabilidades tiene el creador sobre su criatura? Adán representa el inicio de la culpa y el libre albedrío. La criatura de Frankenstein denuncia los peligros del avance científico sin ética, mientras el Golem nos hace reflexionar sobre el control y las consecuencias de otorgar poder a formas animadas. Pinocho, desde una perspectiva posiblemente lúdica, explora la educación moral y la transformación como resultado del aprendizaje y las emociones.

Lo artificial y lo humano

El proceso de humanización atraviesa la superficie de estas cuatro figuras narrativas: Adán aprende el bien y el mal; el monstruo de Frankenstein busca la empatía y la comprensión; el Golem aspira, sin éxito alguno, a ser aceptado como protector. Pinocho madura, hasta ganarse una existencia de aspecto humano. Bien. La creación, en cada una de estas historias, implica una transgresión del orden natural y un viaje hacia la identidad.

Espejo de la angustia

Adán, Frankenstein, el Golem y Pinocho comparten algo esencial. Son seres que nacen de la voluntad creadora y se enfrentan al desafío de encontrar su lugar en el mundo. Sus narrativas dialogan y profundizan sobre los límites del poder humano, la necesidad de pertenencia y el precio de la autonomía. 

Por medio de sus aventuras, plenas de angustia y sufrimiento, se revelan los temores, esperanzas y dilemas éticos de las sociedades que los imaginaron, mostrando que la pregunta sobre qué significa ser humano es, en realidad, una pregunta sobre los sueños y el sufrimiento de aquellos se atreven a crear cueste lo que cueste.

Gabriel Contreras es escritor, periodista y dramaturgo

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