Gerson Gómez Salas
Vistos enloquecidos en la glorieta de Insurgentes. En grupos de cinco le dan la vuelta al truco. Perdidos en la irrealidad. De los ocho millones de personas. Caldo de cultivo en la gran ciudad capital.
Todo el centro de Guadalajara, según “La Tapatía”, rola de El Personal, por las calles del primer cuadro, huele a mariguana y pasean los travestidos en busca de clientes para sacar el día a día.
Sentada en calidad de errante, en las proximidades de la vía a Tampico, conocido como el barrio de Penny Riel, la dama come pasto, tierra y huele la bolsa de sarolo.
A las inmediaciones del mesón estrella, en el corazón de Monterrey, el sujeto otoñal, del frenesí llamado vida, entre las cajas de cartón, la botella de salsa picante. Limpia el pico con la mano. Bebe del interior rojo como si fuera agua de uso común.
Memoria no falles.
En el bordo de Tijuana, los tecatos saludan a la noche con hogueras. Desaires de la franqueza humana. Somos miles los extraviados. Fuera de los programas sociales. Becas para cerrar la boca. Ahora recordamos el bolero. No habrá una barrera en el mundo que mi amor profundo no rompa por ti.
Las penas del hambre, de quienes han perdido todo. Paseo por los azulejos del mismo abismo. Clava las uñas de la inmensa tristeza.
Amanecerá el cadáver del hombre. Colocado en ocasión de cabeza un televisor de los antiguos. El servicio medico forense lo lleva a la morgue. Ahí terminaremos todos.