Gabriel Contreras
Domingo. Es de noche en la Arena Mezquital. Aquí ningún golpe, ninguna llave, ningún desplante y ninguna patada es fruto de la ficción en el ejercicio pleno de la lucha.
Pero en toda historia que pretende ser contada hay algo llamado planteamiento, desarrollo y desenlace.
De modo que para que esas fases tengan un desenvolvimiento, será necesario que alguien piense en las etapas, los momentos y la significación de todas las acciones. Llámenlo guion o llámenlo simplemente lógica.
Eso es precisamente lo que plantea la verdad esencial de la lucha libre: su poder escénico y su estructura dramática.
En todo encuentro de lucha hay villanos, héroes, un árbitro y un cetro en disputa. Alrededor de esos elementos, se organiza una verdad de apariencia ficticia que el público ovaciona con furor.
Y al final, la magia ocurre: el desenlace llega y la catarsis se impone. Imposible cuestionar la veracidad de la lucha libre, como es imposible cuestionar la belleza de un atardecer o la ternura de una ardilla en la rama de un árbol.