Gabriel Contreras
Tigres somete al Necaxa en una noche de masacre que les será prácticamente imposible olvidar a estos visitantes, que habrían de vivir un primer tiempo demencial, marcado por la potencia desmedida de un artillero argentino que se dispuso a no dejar títere con cabeza.
Con las gradas a reventar y un coro de dimensiones psicodélicas, los Tigres supieron armar un espectáculo que se trazó a unos milímetros del sadismo, y fue sellado por un futbol técnico, medido, inteligente, que se debate entre la filosofía y la danza contemporánea.
A pesar de las peticiones protocolarias, la barra brava no guardó ni un minuto de silencio por las víctimas de la desgracia veracruzana, y sembró una euforia que creció hasta hacer de cada gol un estallido y cada minuto un monumento.
Gran noche, gran partido. Lo demás… se cuenta solo.