Gabriel Contreras
Todas las metrópolis tienen su clásico, su cúmulo de rivalidades, rencores, héroes y mitos futbolísticos.
Monterrey no ha podido escapar a esa tentación, y cada año pone en escena lo que tendría que ser una gran pelea final, que acaba -el destino es así-por convertirse en un reinicio del ciclo.
Hoy, a las puertas del Mundial del 26, los regiomontanos vuelven a poner en acción sus rivalidades y, a la luz del clásico, llenan otra vez las calles de gritos y claxonazos, fruto del desconcierto, ya que un empate solo es un empate, algo que quizás desquebraja todas las ilusiones.