Por: Antonio Sánchez R.
Los acontecimientos en los que Ángela Treviño se dio cuenta de que podía ver gente muerta, le parecieron algo aislados. Jamás se imaginó que sería algo que le acompañaría por siempre, pues más tarde a donde quiera que iba se encontraba con que había cierto tipo de personas que no coincidían con formas o modas en el vestir o simplemente se les notaba en el semblante que no estaban vivos.
Más que un “don”, a Ángela aquello le parecía una maldición, ya que no le agradaba la idea de tener contacto con ellos, debido a que poco a poco se empezó a dar cuenta de que en cada “encuentro”, sus energías se reducían al grado de que quedaba al borde de la inconsciencia.
-Ver gente muerta me produce cansancio, se me va la energía, es como si ellos se quedaran con la energía que traigo y yo termino demasiado cansada. Por eso no quiero tener más esto-, dijo en alguna ocasión a su amiga Tamara.
-¿Y no has encontrado la forma de evitarlos o de, cuando menos, evitar que consuman tu energía?-, le preguntó Tamara, para agregar después –porque podrías dedicarte a “médium”, servir como enlace entre esa gente y sus familiares que están vivos.
Ángela lo dijo todo con su gesto. No tenía la menor intención de aprovecharse de esto y tampoco tenía contemplado hacerlo ni siquiera como favor o por simple curiosidad. –No, para nada, por nada del mundo me dedicaría a eso. Es demasiado desgastante.
Pero ahora que Tamara podía hacer alusión a lo que ella veía como un don en su mejor amiga, un tiempo atrás le había llevado a pensar que Ángela estaba loca. “¿Cómo que los muertos pueden andar caminando entre los vivos? Neeee… eso no puede ser. Esta chava está loca de remate”, pensó para sí la ocasión en que Ángela se atrevió a compartir con ella lo que le sucedía.
-¿Por qué estás tan pensativa?-, le había preguntado su mamá durante la comida, luego de regresar de la facultad. Acababa de ingresar a primer semestre de odontología.
Por unos instantes, Tamara se quedó callada, pero lo que traía no lo podía guardar más.
-¿Te acuerdas de la chava de la que te comenté que me había confesado que ve gente muerta?, ¿como en Sexto Sentido?-
-Sí-
-Bueno, pues hoy ocurrió algo muy extraño. Te lo voy a platicar y tú me dices qué piensas-
-Órale, suéltala-, dijo la madre de Tamara.
La muchacha buscó cómo empezar aquel relato, a fin de no decir algo que pudiese ser tomado como poco serio. Tenía que ser tal y como había sucedido.
Tamara tomó aire y empezó. – Ayer, como todos los días, Ángela y yo anduvimos juntas, toooodo el día. No nos separamos para nada. Es más, hasta creo que fuimos juntas al baño. Como a eso de las dos de la tarde, tuvimos que ir al anfiteatro de la facultad porque debíamos revisar en cadáveres algunas cosas. Cuando llegamos, fuimos a registrarnos con el encargado, nos dieron lo necesario para la revisión y antes de abrir la puerta, Ángela me pregunta: -¿viste a la señora?-
-¿Cuál señora?, le respondí-
-La que pasó a tu lado-, me dijo.
-¡Ay, no estés jugando con eso y menos aquí!-, casi le grité…
-No estoy jugando. Mmmm…, entonces se me hace que está allá abajo- Abrió la puerta, bajamos los escalones y me dijo:
-No te asustes. Mira, la señora que vi, es ya grande, tiene unos 65 años, pelo corto entrecano, sus ojos son amielados, es blanca y trae un vestido de una pieza, de rombitos dorados con negro. Está en aquella plancha, en la esquina-, señaló.
-¿Y como sabes?-, pregunté.
-Es que ahí está parada ella…-
-Total, ¿está parada o está en la plancha, tendida?
-Su cuerpo está en la plancha, ella, su espíritu, está parado a sus pies. El vestido aun no se lo quitan porque lo más seguro es que este cuerpo lo acaban de traer. Vamos-, indicó.
Ángela prácticamente arrastró a Tamara hasta la esquina del anfiteatro y llegaron a la plancha que había señalado. Un cuerpo estaba ahí, cubierto con una sábana blanca y por sus condiciones se advertía que no hacía mucho que la habían colocado encima del cadáver que cubría. Ángela descubrió lentamente el cadáver para que Tamara fuera recordando cada uno de los detalles que le estuvo describiendo. Efectivamente, bajo la sábana, el cuerpo aun tenía sus prendas de vestir. No había rastros de violencia, golpes, heridas, nada. Probablemente alguien que había muerto en la calle, seguramente de un infarto. NN. No nombre, decía en la etiqueta que colgaba de uno de sus pies. También seguramente el anfiteatro del HU estaba saturado, por eso habían enviado el cadáver para Odonto y ahí realizarían la autopsia de ley. No debían tocar el cuerpo. Antes de que la puerta se abriera para dar paso a los forenses, Ángela y Tamara ya habían cubierto el cuerpo y se habían apostado en otra plancha, con otro cadáver más “antiguo”. Se notaba que ya había sido estudiado varias veces durante el semestre.
Terminada la tarea que debían realizar, subieron nuevamente las escaleras hacia la salida y en el trayecto, Ángela le indicó que estaba casi segura de que no le había creído nada acerca del cadáver de la señora… “Alma”, le dijo, por darle un nombre. Llegaron frente al escritorio del encargado y le devolvieron instrumentos y gafetes que les había entregado antes de entrar.
-Oiga, quiero hacerle una pregunta-, le dijo al encargado del anfiteatro, ¿cuánto hace que trajeron el cadáver de la señora que está en la esquina aquella del anfiteatro?
-No hace más de una hora-, respondió.
¿Y usted me vio por aquí en todo este tiempo?, cuestionó Ángela.
-Para nada, yo no me he movido de aquí en todo este tiempo- aseguró aquel hombre.
-Gracias-, le dijo Ángela
-¿Ves?-, ahora, ¿Cuántas veces nos hemos separado durante la última hora? le preguntó de llenó a Tamara… ¿o desde que llegamos a la escuela?
-No nos hemos separado para nada-, respondió la chica, al tiempo que sentía un escalofrío recorrer su columna vertebral y se le erizaba la piel.
-Entonces, ¿qué piensas?, le preguntó Tamara a su madre.
-Que es verdad. Que Ángela ve gente muerta-