Ma. Renata Díaz Leal von Versen
- No llame a los de abajo.
- ¿Por qué?
- Porque están abajo.
*Voltea arriba*
- Los de arriba no le contestarán
- ¿Por qué?
- Porque están arriba, obvio.
Este mes Netflix lanzó la película “El Hoyo”, en inglés “The Platform”, película vasca dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia, director de cine español. En esta obra se presenta una distopía en la que se retiene de su libertad a una serie de personas en un “hoyo” con una cantidad desconocida de niveles -dos personas por nivel- los cuales se enfrentan a una serie de retos derivados del consumo desmesurado y la locura provocada por el hambre y el aislamiento.
- ¿El hoyo?
- Sí, el hoyo, y estamos a primeros de mes, de modo que la pregunta es, ¿qué vamos a comer?
- ¿Qué vamos a comer?
- Obvio, lo que le sobre a los de arriba.
- ¿Y quiénes son los de arriba?
- Los del nivel 47, obvio.
La cinta es una evidente crítica social a la realidad en la vivimos: egoísta e individualista, resultado de una permanente proliferación de la pobreza, la instrumentalización del ser humano, los largos procesos de deshumanización, la indiferencia, el consumo incontrolado; en fin, una sociedad jerarquizada por niveles, cada uno marcado por una característica magnitud de fiereza, para la “supervivencia” del ser que se encuentra ahí “atrapado”, obvio.
Para evitar el spoiler no seré específica en esto, pero una escena me parece particularmente interesante, una en la que resalta la mayor dificultad que sostiene el rompimiento del statu quo, y es que, lo difícil no es hacernos conscientes del entorno, del “de arriba y el de abajo”, sino ser capaces de sostener ese sentido de solidaridad y consciencia, de humanización.
La globalización de la pandemia ocasionada por el Covid-19 no solo resulta en una fuerte crisis que resalta la insostenibilidad económica del sistema actual, sino que visibiliza una ya prolongada crisis humanitaria. Por un lado, los gobiernos han concentrado sus esfuerzos por contener la pandemia, en un sentido económico más que social. Vemos en Ecuador cadáveres de los fallecidos en sus hogares y en las calles; en Brasil, Bolsonaro sostiene una disputa política y económica, incentivando a la población a no detener sus actividades; en México, el subsecretario de salud parece que ha tenido que reemplazar la actividad ejecutiva, pues las recomendaciones de López Obrador insistían en la minimización de los riesgos de salud que implica la convivencia colectiva, al mismo tiempo que no se han liberado incentivos fiscales que apoyen a la población en medio de una crisis de sostenimiento económico, y se libra una serie de guerras paralelas, entre estas, una guerra por el agua y la tierra en Oaxaca.
La letalidad del virus no solo se encuentra en el contagio masivo y en la incapacidad económica de los Estados, sino en los desgarradores efectos de un sistema de salud pública no solo ineficiente, sino discriminatorio; en la visión empresarial adecuada al discurso de retención de capital, el cual, si no deja a miles en mayores condiciones de pobreza, retiene a otros tantos a la exposición de la peligrosidad del virus pues estos “no pueden detener sus actividades laborales”. Todo esto como consecuencia de un imaginario colectivo sostenido en la deshumanización y el individualismo, característico de la sociedad liberal, que ha encontrado su forma de permanencia, e incluso de exponencialización, en medio de una de las más grandes crisis que azotan al mundo entero.
Por otro lado, la cohesión de esta mentalidad se ve aún más visibilizado con las reacciones por parte de la población ante la pandemia: el acelerado desabasto de elementos básicos, el egoísmo denotado por la deliberada decisión de no dar seguimiento a las medidas de contención y al resguardo en casa, la capitalización del sufrimiento y la necesidad, acaparando los productos de salud para después venderlos a un precio mayor, aprovechándose del sistema mecanizado de oferta y demanda del mercado.
- (…) Tendremos que conocer nuestros nombres, ya que vamos a estar mucho tiempo juntos, o no, quién sabe. Mi nombre es Trimagasi.
- Señor Trimagasi, ¿usted sabe en qué consiste esto del hoyo?
- Obvio, comer. A veces es muy fácil, otras resulta muy difícil, según donde le toque a uno. Por suerte, el número 48 es un buen nivel.
- ¿Hay mucha más gente abajo? No, no me lo diga. Obvio.
- Dentro de poco habrá menos.
Tenemos que conocer nuestros nombres. El distanciamiento social y la desarticulación de la comunidad ha sido y es una herramienta infalible para los procesos de deshumanización, instrumentalización y cosificación del ser humano. No es casualidad que diversos estudios y recomendaciones expongan la efectividad de la creación de centros comunitarios para la disminución de los índices delictivos en América Latina, solo por mencionar un ejemplo.
Este argumento es sostenido, a su vez, por Silvia Federicci, quien explica cómo en la transición del feudalismo al capitalismo “la cooperación desapareció cuando la tierra fue privatizada y los contratos de trabajo individuales reemplazaron a los contratos colectivos”. En su obra, ‘Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpos y acumulación originaria’ explica la imposible disociación del capitalismo con cualquier forma de liberación, y su intrínseca relación con la reproducción de la desigualdad y la globalización de la explotación, ambos como medio de para asegurar la permanencia y efectividad del sistema.

A todo esto, el entramado statu quo que sostiene el capitalismo se construye de un largo proceso de disociación del ser humano de su cuerpo, como objeto. Del análisis histórico que realiza Federicci, a lo largo de la historia todas las materias han estado conectadas unas con otras, impactando en la visión y percepción que tenemos del ser humano. Desde la filosofía de la mecanización que sostuvieron René Descartes y Thomas Hobbes, quienes divorcian el cuerpo de toda racionalidad, degradándolo a una connotación meramente negativa, a un recipiente vacío y mecanizado, que buscó principalmente remitir a la “naturaleza” del ser humano, mecánica que responde al deseo terrenal, lo malo, lo irracional. Más tarde, con la ola de racionalización científica, este cuerpo pasa a encajar en un molde que pretendía la uniformidad del ser humano, lo que Marx denominaría como “individuo abstracto”, a fin de que respondiera a una serie de aspectos normalizados, determinados por las burguesía para su aprovechamiento y control.
Toda el terror que provoca el inminente colapso económico y social a nivel mundial, el coraje que ocasiona la ignorancia y la indiferencia, el disgusto que suscita la incapacidad del Estado por responder efectivamente ante la crisis, y la evidente salvación de los “de arriba” a expensas de los “de abajo”, no es más que los efectos de un conflicto visibilizado que ha permanecido y se ha proliferado durante años, pero ha sido voluntariamente ignorado por todos.
Al igual que los personajes de “El Hoyo” estamos en un importante confrontamiento a nuestra realidad: desigualdad, discriminación, racismo, clasismo, corrupción, injusticia (…). Algunos prevén que la pandemia provoque una reorganización económica, otros consideran la posibilidad de una reconfiguración del orden mundial, y los hay incluso esperanzados que estiman la caída del capitalismo. Lo que pasará es difícil de predecir, pero lo que queda claro es la importancia y urgencia que suponen el abandono del individualismo y el retorno al sentido de comunidad.
Es necesario voltearnos a ver, reconocernos y concientizar sobre la colectividad y la empatía pues de esto dependerá el bien de todos, no solo de hoy, sino del mañana; no solo en la tempestad, sino también en la calma.
Contacto: renatadiazleal@gmail.com