Óscar Tamez Rodríguez
México se unió a las naciones gobernadas por la izquierda, en 2018 arriba el primer gobierno de ideología igualitaria o socialista, su discurso ha sido “encantador”, sí, ha adormecido a un amplio sector del pueblo cansado por su pobreza.
Es obvio el cansancio de la población con relación a los mal llamados gobiernos neoliberales. Quienes nacieron de 1980 para acá, no conocieron otra forma de gobierno que el ejercido por los tecnócratas quienes finalmente no fueron liberales, ni neoliberales, fueron tecnócratas aprovechando el momento.
Axel Kaiser escribe “La tiranía de la igualdad”, un libro donde se critica el socialismo igualitario de izquierda en Chile, por momentos es radical y pierde objetividad pues la política no se mide en blanco y negro. La referencia al libro es porque se rescatan elementos donde se explica lo que vivimos en México con el intento por imponer el igualitarismo como la ideología para el Estado mexicano.
Kaiser destaca el populismo igualitario que se basa en tres grandes enfoques: primero, culpar al neoliberalismo de la pobreza, responsabilizando a ese periodo de todos los males en el país; la segunda, insistir que las libertades son nefastas, que para ser iguales se deben acotar las libertades; el tercero, que debe ser el Estado quien reparta la riqueza para alcanzar la igualdad “material”.
El discurso socialista es exitoso porque despierta rencores, fomenta que la desigualdad “material” es mala y que al ser todos iguales se abaten las diferencias. Mientras el discurso habla de igualdad en riqueza, la práctica impone igualdad en pobreza.
Kaiser escribe: “La desigualdad no es un problema por definición… una sociedad de personas igualmente pobres no es preferible a una con desigualdades materiales… la igualdad material no es, por tanto, un bien en sí mismo” (pág. 188).
La desigualdad no es causada por los gobiernos de hace 5, 10, 50 o 100 años, existe en México desde antes de la conquista. La desigualdad no es mala per se, lo nefasto es la extrema desigualdad donde muchos no tienen nada, otros muchos tienen poco y muy pocos tienen todo.
La igualdad que quieren los igualitarios la aplican en lo material: en iguales casas, salario, igual ropa y más, esto es populismo. El igualitarismo no trasnochado, el de libertades democráticas, se basa en igualdad de acceso a una educación con calidad, a servicios médicos que garanticen la salud, a espacios laborales justos.
México no ha mejorado con la llegada del igualitarismo, por el contrario, creció la pobreza, empeoró la atención pública a la salud y la educación pública es un mal chiste.
Kaiser apunta que “la desigualdad se resuelve con más y mejores oportunidades laborales” (pág. 190), esas oportunidades no las genera el Estado, las impulsa el sector productivo.
Entre lo que escribe Kaiser sobre el socialismo chileno, en México aplica lo relativo al hecho de que los neoliberales, los empresarios y el gobierno, abandonaron a los intelectuales y hoy ellos son sembradores de la ideología socialista, formaron a sus detractores.
En México los profesionales de la educación, desde básica hasta universitaria, los académicos simpatizan con el igualitarismo, lo hacen convencidos porque son resultado de esa exclusión, tienen animosidad y encono contra el sistema. Segundo, el mismo Estado les fomentó esa ideología.
El populismo igualitario es seductor, difícil de confrontar, lo peor es que sus nefastos resultados sólo se medirán cuando esté hundida la nación. Urgen intelectuales que expliquen el moreno, muy moreno futuro que nos depara.