El árbol de la Anacahuita es nativo de nuestra región y su flor, representativa del estado. Me enamora verlo chisporrotear todo el año, pero en los últimos meses y después de una sequía prolongada, muy pocas flores alegraron mi casa.

Y en un “de repente”, como esos que describe la Biblia, la vi rebosante de hojas, de flores y de colibríes de nuevo.

Bajo la sombra de mi anacahuita mis hijos han emprendido proyectos, hemos sembrado sueños, he recibido amorosos besos y abrazos de mi esposo y he tenido las más deliciosas conversaciones con mi Creador, que me hace sentir cobijada, protegida y amada por todo lo que ha hecho por mí.

La miro crecer abiertamente, desparpajada como yo y luego, cargada de frutos, debo darle forma para que el peso no le rompa sus ramas. Podar mi Anacahuita me hace llorar, porque me recuerda cuando Dios tiene que hacer ajustes en mí para que el peso de mis acciones desenfrenadas no me destroce, y los límites se vuelven confiables y la corrección, amable.

Pablo escribe a la sociedad romana, griega, judía y a todo el que quiera leerlo, una de mis porciones favoritas de la Escritura: que desde la creación del mundo, todos han visto los cielos y la tierra. Por medio de todo lo que Dios hizo, ellos pueden ver a simple vista las cualidades invisibles de Dios: su poder eterno y su naturaleza divina. Así que no tienen ninguna excusa para no conocer a Dios.

Bajo la sombra de mi Anacahuita entiendo por qué Dios Es como Es y por qué hace lo que hace y no tengo excusa, sino gozo, al saber lo mucho que me ama a pesar de mis fallas.

¿Crees esto? Habla con Dios, lee la Biblia y descúbrelo.  Solo la Verdad nos hará verdaderamente libres.

Rm. 1:20 | Sal. 91:1-2

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