Óscar Tamez Rodríguez
Sólo en Nuevo León podemos hablar del bosque en el medio del caudaloso río. Seco pero mortal por sus afluencias de agua cuando se llena, esas contradicciones definen al Santa Catarina.
Cuando llega visita en su primer viaje a la entidad, lo primero que preguntan es si el espacio entre las avenidas Constitución y Morones Prieto es el río Santa Catarina que conocen por tomas cuando se llena. La sorpresa se les acrecienta cuando ven un frondoso bosque en su lecho.
Está politizado el desmonte a los árboles que crecen en su lecho, el asunto no tiene discusión, el lecho de cualquier río no es sitio para un bosque, menos cuando ese “río fiera, brama” como titulan Oswaldo Sánchez y Alfonso Zaragoza a su libro publicado por el Archivo General del Estado en 1989.
El Santa Catarina no nos destroza la ciudad cada año, pero cuando se desborda, cuando “brama”, cualquier nuevoleonés sabe que se aproxima el peligro.
Nace en la Sierra Madre, en los límites del municipio que lleva su nombre, en una altura superior a los 700 metros sobre el nivel del mar (msnm) y atraviesa el área metropolitana de Monterrey. Cruza por el corazón de los municipios de San Pedro, Monterrey (540 msnm) y Guadalupe (500 msnm), pasando por el municipio de Juárez que tiene una altitud de 374 msnm.
Entre Santa Catarina y Juárez no supera los 45 kilómetros lineales. En esa longitud tiene una inclinación de 326 metros, de 700 a 374 metros de altitud. No se requiere ser un genio para imaginar la velocidad que adquiere el agua al transitar entre esos municipios.
La velocidad se debe entender asociada a la fuerza de destrucción con la cual viaja, por ello en cada uno de sus recodos o curvas, recuerda su caudal original.
El río Santa Catarina no es uno muerto, aunque por décadas le veamos sin gota de agua y la que viaja por su lecho sea principalmente la que desechan industrias y comercios.
En el Archivo General del Estado cuentan con una pintura al óleo cuyo contenido refleja un paisaje visto dese el lado sur del río, que se pintó hace más de 6 décadas atrás y donde se rescata la fundidora de Monterrey; en esa obra se observa el lecho del río con un bosque. No es reciente que al río le crezcan árboles, tampoco es inédito que deban talarse esos árboles por el peligro que representan al “bramar” el río.
No se trata de estar a favor o contra uno de los bandos en la politización actual del tema, es un asunto de la historia en la ciudad y el peligro que representa cualquier cosa que obstruya el paso del agua cuando ésta llegue.
Alguien dirá que para evitar esa bajada de agua se construyó la presa “Rompepicos” en la Huasteca siendo gobernador Fernando Canales, sin duda esa represa ha ayudado en este tiempo, pero lamentablemente el huracán Alex del 1 y 2 de julio del 2010, nos recuerda que nada puede contener la destrucción del río.
En 2010 las instalaciones del mercado y los juegos mecánicos instalados en el lecho, contribuyeron como represas entre los pasos de los puentes que cruzan el río. Ese mismo efecto es el que realizan los árboles en el lecho, aunque parezcan un bello bosque son un obstáculo peligroso para el cauce del río cuando éste se llene.
Falta recordar que en los 70´s del siglo XX, la maleza del río era nido de malvivientes quienes aprovecharon el cobijo de ésta para delinquir, hubo violaciones y homicidios.
El río no es dócil, sereno, apacible. En 1612 destruyó la naciente ciudad, así lo siguió haciendo en 1648, 1782, 1810, 1881, 1909, 1938, 1967, 1988 y 2010, es oportuno recordar que es fiero y exige paso libre en su cauce.