Somos la plancha de concreto más grande del norte de México. Donde primero talan los árboles. Después realizan foros para medir el impacto.
Aquí las familias compran fantasías. Casas en zonas infames. A precios de oro y en dólares. Imposibles de pagar para la inasible clase media.
Las casetas de vigilancia y las plumas de control están infiltradas. Al ladrón, al sicario, su potencia de saña y fuego es el rostro señorial de la violencia armada.
Sus jóvenes viajan, los fines de semana, de la periferia a los antros de moda. En el ligue, queda al descubierto, al par con los mismos sueños de dinámica social.
Desde las alcaldías se pone en marcha el desincentivar el uso del auto. Rompen las centenarias aceras. Los downtowns de las capitales municipales merecen proteger a los transeúntes.
Oficinistas de medio pelo, afanadores, jefes de sectores, deben de pagar pensión.
Más concreto al cemento. Uno o dos grados más de temperatura. El transporte urbano, traído desde China es ineficiente, chafo y no probado para el clima extremo.
Uno a uno, de los camiones rotulados de verde con blanco, al taller mecánico. Las fallas y el tratar de componer los motores es el quebradero de cabeza.
Menos para la familia de importadores. Ellos ya cobraron los adelantos y las primeras facturas a contra entrega.
Agua, no hay. Agua sube. Agua baja. Agua se evapora. Agua traída desde lejos. La ciudad se seca. El delineador de la belleza de nuestra bárbara ciudad luce corrido. El talento creativo de los charlatanes, tan fresco como las reuniones anquilosadas de cabildo.