Gerson Gómez Salas
Entre menos sepas, mayor posibilidad de contratación. No lo dice el sentido común. Tampoco lo dicta la Secretaría del Trabajo.
Las empresas llegan a buscar cubrir sus vacantes. Pagan el infame mínimo. Ofrecen jornadas extendidas de 8:30 a 18:30. Con una hora y media para comer. En la calle. Por supuesto. Las friegas son muchas. Sobre la marcha se improvisa.
También se labora el sábado. De las 8:30 a las 14 horas. Claro. Los pendientes deben quedan saldados.
Aún así preguntan religión del aplicante. Uso recreativo del alcohol, el tabaco y substancias fuera del menú principal. Sin olvidar pagos pendientes al INFONAVIT, estar en el buró de crédito o pasar pensión alimenticia.
Tatuajes, la repasada visual en el color de piel, la percha del vestuario y hasta la facilidad de palabra para su oportunidad de oro.
Una flor de humanismo. Después de las 45 horas semanales de trabajo obligatorio, fuera de la ley federal del trabajo, si cuentas con algún pasatiempo.
La respuesta espontanea: dormir. Otros dirán beber hasta olvidar. Ver futbol y pelear con la esposa, el vecino o los hijos adoptados de la pareja.
Tocar base en oficinas por la mañana y descargar por la tarde las tareas en el mismo centro. Hora y media en el traslado matutino. Perderse en las venas rotas de la ciudad por la tarde. Llegar a un gueto prestado, rentado o de okupa.
Ese es el tamaño del rayo del desastre laboral de Nuevo León. La angustia de cada docena. Menos impuestos. Alabado sea el bono de mil pesotes por mes. Con eso pagas los prestamos adelantados en la tienda del barrio para mal comer.